Muchas personas viven sin casarse o, estando “descasadas”, deciden no buscar más “arrimamientos”. Entonces, se dedican a su familia de origen (con hijos propios o no), pudiendo cumplir grandes servicios en su círculo de amigos, en una asociación o en la vida profesional. Hay quien pone sus talentos al servicio de la comunidad cristiana bajo la forma de la caridad y el voluntariado. A veces su buena intención resulta hasta escandalosa…
Luego están los que no se casan porque consagran su vida por amor a Cristo y a los hermanos. Su dedicación enriquece a la familia, tanto en ámbito eclesial como en el social. Suena contracultural pero la virginidad es una forma de amar. Un signo que recuerda la premura del Reino, la urgencia de entregarse al servicio evangelizador sin reservas; un reflejo de la plenitud del cielo donde las bodas que nos reúnen son las del Cordero.
En Navidad recordamos a María, a la que los cristianos se dirigen con el título reverente de “Santísima Virgen”. En una especie de anticipo o figura de todo celibato: Ella, la “toda libre”, demuestra que la iniciativa del Amor más grande es exclusiva de Dios. Trae un Nuevo Adán al mundo Quien, como cabeza de la humanidad, invita sin rencor a una posibilidad rompedora: la de nacer sin maldad, unidos a Cristo. Pura fecundidad para la Iglesia.
Manuel Á. Blanco