Querido diario: el ser humano ya no vive tranquilo. Pensaba haber construido una sociedad segura, predecible, permanente y, por el contrario, camina de sobresalto en sobresalto. Pandemia, volcán, guerra, crisis… hasta el color sepia de la calima parecía presagiar alguna nueva plaga faraónica… Dicen que el miedo es un aviso para ponerse a salvo. Conviene aprender a convivir con él, sin dejarse dominar. Eso sí, no se quita comprando.
El Yodo es el último producto que ha salido al mercado para tranquilizar al ser humano frente a un riesgo radiactivo. Declinemos la palabra siguiendo la ideología de género: “yodo, yoda, yode”. “Yodo”, en primer lugar. Elemento de la tabla periódica. Así como se repiten ciertas propiedades de las sustancias químicas, la certeza del morir nos entristece; vemos que sucede una y otra vez a nuestro lado hasta que nos llegue el turno. Un dato curioso que arrojan las guerras: hay quien descubre motivos por los que valdría la pena entregar la propia vida (familia, país, libertad…).
Después, “Yoda”: ¡ése sí que era un buen maestro! Discreto, experimentado, prudente, templado, espiritual… Un personaje imprescindible en la Guerra de las Galaxias. Durante el conflicto bélico ucraniano hemos visto rezar con dignidad, con serenidad; sacando fuerzas del Espíritu para ayudar a los demás. En Europa, hace tiempo que no se veía ese fuego interior. Y por fin “Yodé”, que se usa en modo exclamativo: “¡no yodas!” Cualquier conflicto “yode” mucho. Pero la solidaridad funciona: de que “yo dé”, “tú des” y “nosotros demos”, dependen muchas cosas grandes.
Cuando la tía Anuncia venía desde Lugo a la playa para curarse de tiroides, cerrábamos los ojos junto a ella, recibiendo las olas de suave brisa marina; sin temor a radiaciones nucleares. Echo de menos aquella confianza.
Manuel Á. Blanco