Discurso de mons. Barrio en la presentación de la restauración del Pórtico de la Gloria a los Medios de Comunicación

Ante el magnífico tímpano que corona, orlado de ancianos músicos y sostenido por imponentes pilares que son profetas y apóstoles, de este Pórtico de la gloria, intuimos que este refleja la majestad del Señor del tiempo, de la historia y de la eternidad. Sentimos estupor por la belleza intacta pues no se han añadido pigmentos ni otros elementos decorativos, cuando se acaban ahora de cumplir 850 años de la concesión de la pensión vitalicia otorgada al Maestro Mateo por el rey Fernando II de León en el año de gracia de Nuestro Señor de 1168, que se convirtió en su mecenas y protector de esta Catedral; y han transcurrido ya 830 años desde la colocación de los dinteles que lo sostienen, en los primeros albores del reinado de Alfonso IX, sucesor de aquel e igualmente comprometido en el mecenazgo de la obra mateana, que promovería la solemne consagración de toda la basílica del Señor Santiago en el año 1211.

Tras más de diez años de estudios, minuciosos y reiterados análisis y delicado trabajo de restauración, al mediar el año 2018, presentamos a través de los medios de comunicación el resultado de estas acciones que se suman a una historia que comenzó hace ocho siglos y medio. Tengo la certeza de que esta joya que compendia arquitectura, ingeniería, escultura y pintura nunca hubiera sido posible sin la voluntad firme de los mecenas que se han sucedido, desde aquellos primeros que quisieron levantar esta fachada con su Pórtico que mira al occidente con la audacia de confrontar al mismo sol, que se pone y declina tras su cenit, con quien es Luz de Luz siempre brillante, “por amor de Dios y reverencia de Santiago, piísimo patrón nuestro”, como afirma el rey Fernando II que se empeñó en esta magna obra.

Hoy intuimos qué admirable hubo de ser el resplandor que atraía con su reflejo por la profusión del azul intenso y brillante del lapislázuli y el refulgente oro más puro, de los que hoy apenas percibimos restos, como veladuras, y reflejos matizados por el tiempo y por las policromías superpuestas.

Han sido Mecenazgos que se sucedieron a lo largo de la historia hasta el mismo comienzo de este siglo XXI. En efecto, el Programa Catedral comienza su andadura en el año 2006. Trataba de afrontar un proyecto complejo, que se intuía difícil, conscientes de que apenas trece años antes se había intervenido en el Pórtico pero el deterioro, especialmente de la policromía, proseguía de modo alarmante e inexorable como si una suerte de lepra estuviera desprendiendo y devorando los pigmentos y afectando, incluso, el soporte pétreo. Aquella intervención de los primeros años noventa comenzó sobre la base de un presupuesto: “el Pórtico de la Gloria será fácil de restaurar”, pero la realidad desmintió la hipótesis.

En esta oportunidad y desde un primer momento se estimó que el coste del reto al que había de enfrentarse sería realmente muy elevado, y lo fue, superando con mucho las primeras estimaciones; y no sólo por la necesidad de aplicación de recursos económicos, sino también por la incertidumbre de los tiempos y los trabajos. Sólo una entidad comprometida radicalmente con la labor benefactora, concretamente con la conservación del patrimonio histórico/cultural de esta Catedral, podía asumir un desafío semejante. Esta ha sido la Fundación Barrié, institución que venía colaborando intensamente en la rehabilitación, estudio, difusión y conservación del patrimonio de la Catedral, con intervenciones señeras como la reconstrucción parcial del coro pétreo de Mateo, o la recuperación, tras intensos estudios, de los instrumentos del Pórtico, y la financiación de trabajos de investigación y catalogación en el Archivo y el Museo catedralicios, imprescindibles para procurar el quehacer de los estudiosos. Ahora se comprometía e impulsaba la consecución de un ambicioso Programa: la restauración/rehabilitación del Pórtico de la Gloria.

Era, y lo fue, un proyecto arriesgado ante la dificultad –por no decir imposibilidad- de prever con cierta seguridad –en aquel estado de cosas- cuál era el verdadero alcance de los daños y cómo habría de afrontarse el reto de la intervención con unos criterios básicos irrenunciables: el rigor y la excelencia.

En estos nuestros tiempos, en los que prima la inmediatez de lo efímero, el fogonazo deslumbrante que fija la atención del público durante un breve período de tiempo y las realizaciones cortoplacistas con abundantes “retornos”, este Programa nacía a contracorriente. No eran previsibles, ciertamente, los resultados rápidos, ni una evolución y desarrollo cómodos y ágiles, con hitos controlables y publicitables… Aquí primaban las exigencias de conocimiento, el tiempo de reflexión y estudio, la toma de datos y evaluación y siempre la incertidumbre de las dificultades por venir y los retos que superar. Todo esto era parte de ese proceso.

La decisión de la Fundación Barrié fue valiente y coherente –por otra parte- con su trayectoria de servicio a la cultura y desarrollo de Galicia; su perseverancia, pese a las dificultades que comenzaron desde los primeros pasos del Programa, merece ser destacada y reconocida. Me surge la pregunta de si ha sido y es consciente de todo ello la sociedad y la ciudadanía. Considero que tal vez no, al menos con la importancia que merece el mecenazgo cultural, y más concretamente el que destina recursos a la conservación del patrimonio. Cuando gozosos asistimos a un momento como éste deberíamos tener presente que estamos preservando la memoria, la historia de nuestro pasado y las manifestaciones de arte excelsas en que decantaron en un momento cultural y ayudaron a conformar nuestra identidad, aportando al mismo tiempo conocimiento en los más plurales campos del saber para divulgarlo y trasladarlo a la sociedad.

No creo arriesgarme si califico la conclusión de este proyecto como una de las grandes obras de madurez de una institución como la Fundación Barrié que acaba de celebrar su quincuagésimo aniversario. Nuestra gratitud y la de quienes después de nosotros puedan gozar de un monumento tan excepcional y único. Señor Presidente de la Fundación Barrié, D. José María Arias, gracias por su compromiso, sus desvelos y empeño personal.

El Programa Catedral contó desde su inicio con la decidida y especializada colaboración del Instituto de Patrimonio Cultural de España del Ministerio de Cultura. En un primer momento designó como Directora del Programa, a Doña Concha Cirujano, que junto a su saber y experiencia derrochó entusiasmo y vitalidad: su figura parecía confundirse en momentos de penumbra con las todavía parduzcas del Pórtico en su quietud contemplativa y reflexiva durante horas, pudiendo decir con San Juan de la Cruz, “toda ciencia trascendiendo”. Le sucedió en su función Doña Ana Laborde, primero como co-Directora y, en el año 2015, bajo la denominación de coordinadora de restauración. Colaboración que no se limitó a esta alta tarea de dirección o coordinación sino que le supuso una implicación y compromiso de equipos, laboratorios y personal de altísima cualificación vinculados al Instituto.

Por su parte, la Administración autonómica desarrolló sus competencias administrativas y de control, a tenor de lo previsto en las leyes y praxis propias de intervenciones complejas como las que presentamos. Pero es de justicia reconocer su especial compromiso para intervenir con urgencia en las cubiertas sobre el Pórtico una vez detectado el gravísimo problema de filtraciones que afectaban al monumento. Es más, la comprobación de semejante estado de cosas exigió reprogramar y aplicar fondos del Consorcio en la restauración de las Torres del Obradoiro, que fueron rematadas con aportaciones provenientes del Ministerio de Hacienda y gestionados por la Xunta de Galicia, a través de la Consellería de Cultura y la Fundación Catedral; bajo este amparo se rehabilitó la fachada. Proyectos dirigidos por los arquitectos D. Iago Seara el primero, cubiertas sobre el Pórtico, y los otros por D. Javier Alonso.

Me agrada referirme a todos y cada uno de los miembros del excelente equipo de restauradores que han asumido –sobre todo en la fase final de los trabajos- la delicadísima tarea de eliminar cuanto de tóxico afectaba al Pórtico, especialmente a la policromía: acumulación de polvo, sales, biodeterioro, humedad, etc., y de detener y subvertir  los daños en forma de craquelado, disgregación, pérdida de policromía y masa pétrea… Un trabajo tan exigente y serio, realizado más allá de lo exigible, por quienes amaban y mimaban la maravilla que tenían entre sus manos y le aplicaban -con instrumental delicadísimo- los tratamientos que cada patología o daño demandaba. Sin duda el esfuerzo en tiempo, técnica, conocimiento y dedicación ha superado el de cualquiera de los desarrollados en las tres grandes policromías que se sucedieron en el Pórtico. Para todos ellos nuestra gratitud.

No puedo olvidar tampoco a las empresas, ingenierías, laboratorios externos y expertos de las más diversas especialidades que han aportado la pericia de sus ciencias y técnicas; imprescindibles para avanzar con seguridad y realizar un trabajo contrastado y riguroso.

Por último, he de referirme a la Fundación Catedral, a su personal y a sus equipos. Esta institución asumió la dirección facultativa de las obras, la gestión económico-administrativa y la dirección in situ de los trabajos. Si antes aludía al Programa Catedral como obra de madurez señera de la Fundación Barrié, ahora creo no excederme si afirmo que para la Fundación Catedral supone acreditar su mayoría de edad tan sólo diez años después de su creación. Mi reconocimiento a cuantos de un modo u otro desarrollan su trabajo o colaboran con la Fundación; permitidme que aluda a dos personas que han asumido tareas especialmente relevantes en este proyecto: Doña Noelia Márquez, responsable de restauración, y Doña Laura Corvilain, responsable de administración.

Estamos presentando hoy el Pórtico de la Gloria tras la conclusión de los trabajos de restauración/rehabilitación desarrollados con tanto esfuerzo y esmero como he tratado de glosar. Pero hemos de concienciarnos de que a partir de ahora disfrutar de esta magnífica joya exigirá atenciones constantes, controles permanentes y protocolos de conservación preventiva. Un esmero exquisito que nos demandan las generaciones futuras a modo de eco del devenir histórico: somos custodios de una herencia que hemos de transmitir y legar. Esta labor debe comenzar hoy mismo.

+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela.