A través de las lecturas del libro de los Hechos de los Apóstoles, conocemos la andadura de la Iglesia primitiva, de Jerusalén. Los Apóstoles dan testimonio de que el Padre resucitó a Jesús de Nazaret. Las autoridades les reprenden, porque les hacen responsables de la muerte de Cristo. Sin embargo los Apóstoles replican que es preciso “obedecer a Dios, antes que a los hombres”. Indican abiertamente que el Padre resucitó a Jesús, a quien ellos habían llevado a la cruz. El Padre no solo lo sentó a su derecha, sino que lo constituyó salvador, para otorgar a la descendencia de Jacob el perdón de los pecados. De ello dan testimonio.
El vidente del libro del Apocalipsis presenta a Jesús como un Cordero, que, aunque ha sido degollado, se mantiene en pie y que es digno de recibir todo honor y gloria. La universalidad de las criaturas testifica que son dignos del mayor reconocimiento y veneración el Padre, que se sienta en el trono, y el Cordero. Ese honor y esa gloria debe dársele siempre, eternamente.
El evangelista San Juan presenta a los Apóstoles en Galilea, junto al Lago de Tiberíades. Jesús se les aparece, en una situación en la que, desde los barcos en los que intentaban pescar, no le reconocen. Él les dice a Pedro, a Tomás y a los que con ellos estaban: ¿Qué tal de pesca? Ellos responden que no habían cogido nada. Él replica que lancen la red a la derecha de los barcos. Lo hacen y consiguen una gran redada. Sacan entonces en conclusión que tenía que ser Jesús. Al llegar, almorzaron pescado, pues él había preparado brasas. A continuación Jesús requiere de Pedro que se pronuncie sobre si le ama, y, al responder afirmativamente, le manda pastorear sus corderos y sus ovejas.
José Fernández Lago