Si hay un celo malo y amargo que separa de Dios y con. doce al infierno, hay también un celo bueno que aparta de los vicios y conduce a Dios y a la vida eterna. Este es el celo que los monjes deben practicar con el amor más ardiente; es decir: «Se anticiparán unos a otros en las señales de honor»: Se tolerarán con suma paciencia sus debilidades tanto físicas como morales. Se emularán en obedecerse unos a otros. Nadie buscará lo que juzgue útil para sí, sino, más bien, para los otros. Se entregarán desinteresadamente al amor fraterno. Temerán a Dios con amor. Amarán a su abad con amor sincero y sumiso. Nada absolutamente antepondrán a Cristo; y que él nos lleve a todos juntos a la vida eterna.
(REGLA de san BENITO capítulo LXXII: Del buen celo que deben tener los monjes)
La vida fraterna.
Vivimos día tras día, años tras año juntas. Nos hemos comprometido con el Señor a vivir los votos de estabilidad, conversión de mis costumbres y obediencia. Sí, estos. ¡Tenemos más de XV siglos! Los votos de “castidad, pobreza y obediencia” así formulados, surgen en la Edad Media…
La vida diaria es nuestro crisol, nuestro gozo y… ¡a veces nuestra penitencia! Todas somos distintas, cada una “hija de su padre y de su madre”, de su tiempo y circunstancias, con su formación y estudios, del medio rural o urbano…
Y para esto nada mejor que releer el capítulo 72 de la Regla de san Benito, su “testamento espiritual” que nos habla del buen celo que hemos de tener, y del malo que nos corroe (cuando tenemos celos de otra persona, o envidiamos…) y del que debemos huir, ¡atentos!
Realmente, mal amaremos a Dios a quien no vemos si no prodigamos nuestras muestras de afecto e interés a nuestra Hermana que sí vemos…
Y en casa pasa igual, así que… ¡todos a practicar la “conversión de costumbres”! Y ésta tiene vigencia hasta media hora después de la muerte… ¡Mucho ánimo!