El Padre, el Hijo y el Espíritu

La Sabiduría divina es una realidad anterior a lo que ha sido siendo creado, ya que existía desde siempre junto al Padre. En el momento de la creación, allí estaba la Sabiduría como una realidad estrechamente asociada al Padre: algo que, desde el prisma de la existencia cristiana, se verá como una persona independiente y activa. Aquello que en la mente del autor del libro de los Proverbios era como un instrumento propio del que el Padre se valía para actuar, ya conocida la realidad divina, trinitaria, se ve como el Hijo eterno del Padre, distinto de Él.

San Pablo, que intenta enseñarnos que la justificación con el Padre nos viene por la fe en Cristo, el Hijo entregado a la muerte para curar nuestra raíz dañada, nos habla también del Espíritu. Este nos ha sido entregado, y por él tenemos la virtud de la esperanza, por la que aspiramos a esa gracia, hechos hijos de Dios. Ese Espíritu es el Espíritu del Amor, que nos mueve a amar a los demás. El Padre, el Hijo y el Espíritu, aparecen como quienes enriquecen al hombre según Dios.

El Evangelio según San Juan nos presenta unas palabras de Jesús, formando parte de los discursos del adiós, de la Última Cena. Ese Espíritu les entrega a los hombres lo que ha recibido de Jesús. Confirmará a los discípulos del Maestro en lo que ya Jesús les había dicho, y además les anunciará lo que está por venir. Podemos denominarlo el Espíritu de la Verdad, porque nos conducirá hasta la Verdad plena.

José Fernández Lago