Comienza hoy, con el Domingo de Ramos, la Semana Santa. Algo antes de la procesión con palmas y ramos, se proclama una lectura del Evangelio según San Lucas. En ella se nos dice que, habiendo montado Jesús en un pollino, lo aclaman niños y mayores en Jerusalén. Agitando las palmas y los ramos, manifiestan estar ante el Rey de Israel, el Mesías esperado, enviado por el Padre.
El libro de Isaías recoge en su segunda parte los cuatro cánticos del Siervo Sufriente: un Siervo del Señor que carga con las culpas de sus hermanos. Esta lectura de hoy presenta el 3º de los Cánticos. Nuestro Señor Jesucristo se identifica con él, y encarna esa figura. Es como un discípulo del Señor, iniciado en el sufrimiento, que alienta al abatido. Al llegarle la palabra que el Padre le dirige, ofrece la espalda a los que le golpeaban y las mejillas a quienes mesaban su barba. A pesar de su situación de angustia, no se siente defraudado, sino que confía en Dios, su Padre.
San Pablo manifiesta a los Filipenses que Jesucristo existía desde siempre junto al Padre. Sin embargo, al llegar la plenitud de los tiempos, cuando el Padre lo vio bien, se abajó hasta el colmo, haciéndose uno de nosotros, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por su abajamiento, el Padre lo ensalzó, y le dio una realidad superior a cualquier otra, de modo que, al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra, y que consideren a Cristo “Señor”, para gloria del Padre.
El Evangelio presenta la Pasión de Jesucristo, en la redacción de San Lucas. En el convite pascual, Jesús instituye la Eucaristía, y se entrega a sus discípulos como alimento para sus vidas. El tercer evangelista nos muestra a Jesús en oración, en el Huerto de los Olivos, la traición de Judas, la curación de la oreja de Malco, las negaciones de Pedro y la proclamación del Maestro como el Mesías esperado, que volverá glorioso al final de los tiempos. El relato muestra también el juicio ante el parlamento de Israel y ante Poncio Pilato, con la condena a muerte; y comenta la ayuda del cireneo, la mutua compasión con las mujeres de Jerusalén…, y el perdón para otro de los condenados. Finalmente, el centurión reconoce que Jesús era un hombre justo.
José Fernández Lago