Experiencias JMJ

VIVA CRISTO REY!

Ese fue el pequeño grito de guerra, el lema, de nuestra peregrinación a la JMJ de Lisboa. Los que vivimos en la diócesis de Santiago llamamos así a muchos viajes: Camino, Peregrinación. No viajamos por el mero hecho de viajar y conocer mundo; eso no es malo, pero los “peregrinos” buscamos algo más: el alma, la profundidad de los acontecimientos, los países y las personas. Al apuntarnos a la JMJ con las Hijas de Cristo Rey, sabíamos que nuestra ruta tenía una meta clara y bien organizada. Casi marcada con un sello materno. Se sumó a este esfuerzo la colaboración de las parroquias de Liáns y Pastoriza. Y el grupo resultante recogía una porción muy variopinta de carismas y nacionalidades. Una ínfima porción de Iglesia en furgoneta. Una pequeña “Barca de Santiago” que viajaba hacia la “Barca de Pedro” fondeada en la desembocadura del río Tajo para disfrutar de nuestro querido Jesús allí subido junto al Papa, hablando con una  voz que enamora y siendo escuchado por sus discípulos más jóvenes. Nos había ilusión ser testigos de su Reino y dejarle crecer por todas partes.

MANERAS DE REZAR

Durante el trayecto descubrimos que hay muchos modos de hacer oración. Para calentar los motores del alma utilizamos también la música como vehículo para dejar que el alma se explayase con Dios en adoración, acción de gracias, reparación… A veces no somos conscientes de poner en juego todas esas facetas del corazón al ponernos en presencia de Dios. Al encontrar silencio o al escuchar un fragmento de Evangelio, una predicación, un canto, etc. … Pero el Señor está allí; contento, así lo imaginamos sin equivocarnos; disfrutando con sus hijos e hijas. Y le caen tan bien los eufóricos y las extrovertidas como los tímidos y las menos sociables.

LA CÁRCEL

Sorprende el tamaño de la prisión “doble” de Alcoentre en medio de un pueblo relativamente pequeño. Allí nos quedamos. No en la cárcel…, sino en unas maravillosas familias de acogida. La primera en llegar al pabellón donde nos “ficharon” por primera vez fue Andreia, cuya sonrisa de oreja a oreja mostraba un corazón abierto por completo para ayudar. Luego aparecieron Florinda y Delmino, Fátima… Nuestros “ángeles” de Portugal. Cuando imaginamos la vida de una prisión por dentro, pensamos en la asfixia de libertad que se produce dentro de sus muros; pero tal vez se nos escapa que hay muchas otras cárceles en los hogares, en las vidas… la libertad es uno de los regalos más valiosos que Dios nos ha dado, pero también una altura elevada de trampolín que puede asustar a muchos si se utiliza mal, si no se salta a tiempo o si se le permite a las cadenas de la vida que vayan ahogando la alegría. Bueno, ¡basta de filosofar! Cuando regresamos tarde de la Universidad Católica para nuestra primera noche fuera de casa, Mino amenazó: “mi mujer tiene cena preparada y no se le puede decir que no…” Ese es el otro tipo de cárcel que deja huella: el amor que pasa su “rodillo”. Y lo que comienza siendo una buena educación para no desairar, se acaba convirtiendo en amistad, apertura, compartir… Sin conocernos de nada, parecíamos familia. ¡Lo que hace participar de la misma fe! ¡Qué paciencia han tenido con nosotros! Si alguna vez hemos de acoger a alguien, que sea como ellos nos hicieron sentir en su tierra, en sus casas y en sus personas.

LA ÚLTIMA CENA

El comedor del piso de abajo, en la casa de Fátima, parecía dispuesto a celebrar la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Cuando les propusimos la Sta. Misa allí mismo, todo fueron facilidades. De un modo sencillo, el Señor se hizo presente, para animarnos, para unirnos más allá de los lazos humanos; para convertirnos en hermanos y emocionarnos un poco con uno de sus abrazos más especiales. Ese órgano que tenemos los gallegos (y los que ya viven en Galicia desde hace tiempo), la “morriña”, se resintió mucho cuando hubimos de marchar de aquellas casas, de aquel hogar.

EL TREN

Uno de los episodios más impactantes, al menos físicamente, fue la velocidad con la que un tren pasó a nuestro lado mientras esperábamos turno en la estación. Pegados a la vía sentimos el pitido del maquinista y unas fracciones de segundo de endiablada velocidad a menos de dos pasos. ¿Y si hubiéramos estado despistados o junto a la vía? Se nos pasaron muchas cosas por la cabeza; tardamos en asimilarlo. Reíamos para quitarle hierro pero nos pareció peligroso. Como si la vida pendiese de un hilo frágil. Pero también puede replantearse la cuestión: ¡qué rápido pasa el tren de la vida! Y qué pena si alguien no se sube a tiempo. Al final, hay que afrontarlo sin miedo.

 

DESPRENDIMIENTO

En toda peregrinación grupal y exigente como la de una JMJ revolotea una cuestión: ¿qué me hace falta? ¿qué necesito cargar realmente? Comida, agua, dormida, aseo, … Llevábamos una pancarta parroquial un poco incómoda y hubo que tomar una de esas decisiones difíciles para el “ego”: ¿la llevamos o no? Las riadas de gente y el calor nos obligaron a dejarla atrás.

Perdimos visibilidad… ¡qué ironía: entre un millón y medio de personas! Pero necesitábamos ir a lo esencial. Seguro que, aún así, sobraban muchas cosas. Hubo solidaridad para ayudarnos con los bultos y los alimentos. Pero la comodidad no existe en eventos de este tipo. Aunque es un sacrificio gustoso, enamorado y contagioso, cuanto mejor sea nuestro desprendimiento de lo superfluo, más llevaderas son las cargas y la libertad de disfrutar junto a los hermanos.

POLIZONES

La primera llegada a la Universidad Católica fue para una inscripción. Los tiempos de la burocracia en un evento como este son desorbitados, pues desorbitada es la masa humana que se mueve. “Id yendo hasta que arreglemos; hay mucha cola”. “No: mejor vamos juntos”. El espíritu cristiano lleva a no abandonar al hermano, al “polizón”, al que aún no está “regularizado” según los raquíticos (pero a veces necesarios) planteamientos humanos. Tal vez por eso el Papa insiste tanto en el amparo a los inmigrantes ilegales o a cualquier otro colectivo vulnerable, “descartable”. Cuando uno acompaña así al “distinto”, tal vez pierde tiempo y seguro que trastoca los planes del grupo. Pero una familia también se adapta para que todos puedan tener las mismas oportunidades. La persona afectada agradece esa ayuda.

LA PARCELA

En Galicia, el tema de los “marcos” y las “lindes” de las fincas está muy a flor de piel. Nuestro antepasados seguro que los valoraban y defendían contra viento y marea sabiendo que estaba en juego su propia supervivencia  (cultivándola, alimentando al ganado, negociando compra-ventas, etc. ). Por eso la llegada a la parcela asignada para nosotros por la JMJ, comenzó con un “tanteo” frente a un corro de “colegas”. Ellos ya se habían instalado y alegaron dificultades sobre el lugar donde pensábamos hacerlo nosotros. Decían que era un espacio guardado para 7 personas más. “¿Dónde están? No vale reservar así, han de estar las personas u ocupados los sitios por sus pertenencias…” Más o menos razonaba así Flor, con el respaldo “negociador” de María. Pero, aun pudiendo echarle cara y extender nuestras cosas, optamos por seguir buscando. Y la Providencia actuó de ese modo maravilloso y sorprendente que Dios utiliza. Ante un grupo numerosísimo de religiosas (las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, vestidas con su hábito calurosamente negro), encontramos un lugar idóneo para seguir las pantallas. Al entablar diálogo con nuestros “alrededores”, las monjas conocían Galicia y a algún sacerdote de nuestra tierra. Justo al lado, un pequeño grupo de Franciscanas Misioneras contactó con otra religiosa de Santiago por whatsapp y nos mandó saludos al instante… La Providencia mejora las circunstancias. El suelo polvoriento era el mismo; la distancia enorme a las filas para utilizar los servicios químicos era igual; el fresquito nocturno y el plúmbeo sol de la mañana, idénticos… Pero si el Señor se ocupa de todo, las cosas salen bien.

EL ENCHUFE

Un tema discreto, tal vez demasiado, fue el de la presencia del Santísimo Sacramento en muchos lugares de la esplanada. En un espacio resguardado del sol, con una moqueta, con personas a cargo de la vigilancia para salvaguardar el respeto, con dos candelabros a los lados… Hubo quien decía que los “contenedores” para las Sagradas Formas parecían una de esas cajas de pescado en la lonja del puerto y que era un aspecto mejorable. Pero no era cuestión de juzgar. Seguro que entre las mil dificultades de organizar un evento como la JMJ, esto tampoco habría sido fácil. El Señor estaba allí y era lo importante. Quienes se percataron de su presencia, sí fueron allí a rezar. Emociona ver cómo un compañero de viaje que se prepara al sacerdocio se “escapa” junto a Cristo-Eucaristía para adorarle un rato sosegado. O cómo otra persona del grupo sabe que está el Señor en esa tienda de campaña grande y lo cuenta en plan “tú verás”; “por si quieres ir”. Una vez allí, pudimos darnos cuenta de que había una mínima regleta para enchufar cargadores de móvil… ¡Quién lo supiera! Como una metáfora de que para recargar las baterías, nada mejor que un buen rato de Adoración Eucarística.

EL DESPERTAR

“Al despertar me saciaré de tu semblante”, dice el salmista. Despertar en el “Parque Tejo” o “Campo de Gracia”, no significa nada particular. Salvo los casos de quienes “caen redondas” en cualquier parte (que los hubo), la mayoría no durmió lo suficiente. Pero aun así el amanecer fue mágico, con el sol ascendiendo por el este geográfico. Y entonces emergió la figura del sacerdote Guilherme Peixoto, “pinchando” la música de la alborada. Todo un espectáculo, con “mente” despejada y sonrisa contagiosa. Con ritmo y sin respetos humanos. Con respeto y modernidad. A veces nos cuadriculamos un poco respecto a lo que puede ser y a lo que no. Nos gustan más unas cosas que otras, claro. Pero si sopla el Espíritu una novedad como esta, que no encierra maldad, debe suponer un miedo menos para incorporar las cosas pequeñas del mundo, sin mundanizarnos. Las personas encierran gustos y cualidades muy diversos que tal vez nos perdemos por no escuchar y concederles un privilegio: la oportunidad de encajarlos donde mejor resulte.

EL HELADO Y LA PRISA

La prisa es una característica de nuestra sociedad y de la época actual. “¿Dónde vas tan aprisa? No sé pero ya llego tarde?”, se suele decir. Por las amplias avenidas lisboetas, abarrotadas, siempre había prisa por llegar; para ir adelantando; para prevenir tareas posteriores y desplazamientos. Es normal. Por eso la sorpresa fue muy positiva cuando se decidió hacer una parada y evitar las horas de calor máximo, tras haber comprobado la gran fatiga del grupo. Cuando se piensa en los demás por encima de la eficacia de los planes, de ahí salen cosas buenas, ambiente de familia sano y reconfortante. Los soportales y el patio de un gran edificio se hicieron nuestros cómplices a la ida y a la vuelta de la esplanada. A la sombra. Descansando. Reponiendo. Alguien se ofreció a buscar unos baños cerca y aparecieron, aunque un poco tarde… Porque la relajación no puede ser eterna en esta tierra. Para compensar el retraso, uno de estos “exploradores” urbanos regresó con unos helados reparadores. Cuando la vida se lleva a cabo a base de “tic tac” de tareas programadas, suele necesitar esos bellos momentos de improvisación y caridad alegre que sientan muy bien y animan.

EL MIEDO

Los mensajes del Papa fueron breves e intensos. Yendo “al grano” pero sin fatigar. Un hilo conductor de cada JMJ suele ser el “no tengáis miedo”. El Papa americano le da su impronta con el “ustedes” y pronuncia con un “no tengan miedo” natural y cariñoso. Hace falta repetirlo muchas veces porque el miedo está demasiado presente. Y más entre los jóvenes, tal vez, por las muchas herencias envenenadas que reciben de sus mayores (es curioso cómo el Papa Francisco agradeció mucho a los abuelos y a los jóvenes, saltándose un poco a la generación intermedia; tal vez no signifique nada; o tal vez dé qué pensar en lo que ha pasado en ese intervalo…). Quisiera destacar, de entre todos los miedos, uno que es común y que la JMJ libera con facilidad: el temor al compromiso. ¡Cuánto anima ver a la Juventud del Papa! Éste, como buen “futbolero”, le gusta arengar desde el banquillo: “Para adelante, venga”. Un buen compromiso cristiano lleva a entregarse por completo en el matrimonio, en la vida religiosa, en el sacerdocio, en la maternidad, en el trabajo profesional, en las tareas de servicio a los necesitados… en la propia dignidad de hijos de Dios, cultivando el tesoro de su amor en nosotros con delicadeza y tesón.

DE ARRIBA ABAJO

En la esplanada de Lisboa, extendiendo sacos, sentándose y levantándose, resultaba muy gráfica la imagen que utilizó el Papa: “el único momento que es lícito mirar a una persona de arriba abajo es para ayudar a levantarse”. De pie, hablábamos hacia abajo a los que estaban sentados o tumbados. Parecía que nos nacía un sano complejo de “abajamiento”, para hablar de cerca a las personas, buscando amistad y confidencia para conectar nuestras almas, para no abrumar a nadie desde lo “alto”. ¡Qué bonito ver conversaciones y mensajes en “cuclillas”, abrazos, danzas, paseos, confesiones, reflexiones y hasta bromas simpáticas! Todos hijos e hijas de Dios. Todos con esa inmensa dignidad. Dispuestos a ayudarnos, querernos y respetarnos. Mirándonos de frente sin retarnos; como viendo a Jesús al fondo.

INFATIGABLES

La fama se la llevan los grupos de Neocatecumenales, aunque no eran los únicos infatigablemente dicharacheros. Cantaban sin cesar con sus guitarras, cajas de percusión y danzas judaizantes. Impresionaban. Incluso, fuimos testigos de un grupo de USA que avanzaba a ritmo de desfile norteamericano con un trompetista acompasando los cantos. Ponía la piel de gallina. Como si un ejército de paz fuese avanzando por la ciudad anunciando el fin de las hostilidades y la llegada de una nueva civilización. Parecían no cansarse nunca. Cuando la noche silenció sus voces (tardó en hacerlo…) hasta se les podía echar de menos. Algunos les tildan de “fanáticos” pero esa energía supone una recarga de pilas en muchas comunidades cristianas del mundo. Creo que el Señor se divierte de lo lindo con ellos y aprovecha ese ímpetu para llegar al corazón de muchas personas. Hakuna y su música también han comenzado una ruta de música y piedad que está salpicando de Buena Nueva a miles de jóvenes. Ojalá sigan surgiendo muchas otras iniciativas. Aquí también hemos de dejar atrás el miedo: a pensar que son irreverentes, pesados, cerrados… Compartimos centenares de cosas en común y podemos seguir aprendiendo juntos y disfrutar de las maravillas de Dios.

O FADO

Que la Adoración de la Vigilia iba a ser un momento mágico, estaba cantado. Aún recordaba a Matt Maher cantando el “Lord, I need you” en la JMJ de Río de Janeiro, con el que muchos se identificaron al rezar. O la lluvia de Cuatro Vientos, en Madrid, al aparecer la custodia toledana… En Lisboa esperaba algo así, para estremecernos; por eso quise ver un cese de la brisa en el instante en que la Sagrada Forma fue colocada en la custodia. Pero Dios no habló así esta vez. Para que no nos tomemos todo lo suyo a base de “sentimentalismo” y signos profundísimos. Quiso algo más normal: silencio, música, evangelio… Un fado portugués sirvió para teletransportar nuestras almas a un mundo más sobrenatural, espiritual de lo que la vista alcanzaba a ver: “Tú eres la estrella y yo soy el peregrino”. Carminho, la artista portuguesa, puso voz a una realidad del alma: que caminamos entre sombras por este mundo y que Cristo es nuestra luz para avanzar. Que el Señor sustenta nuestro suelo como un cimiento y que es la garantía de que el destino nos pertenece, sin que nada ni nadie pueda truncarlo, aunque el pasado haya sido duro y el futuro incierto. Que Cristo nunca dejará de hablar al corazón con respuestas y con rumbo verdadero. Que no decepciona nunca. Y que no sirve vivir en parálisis permanente. Observando aquel monte Tabor moderno, de una Transfiguración nueva, pensaba con cierta dosis de maldad si todas aquellas personas arrodilladas en Adoración (incluyéndome a mí) seríamos del todo sinceras. Pero había grandes rostros de emoción y deseos de perseverar firmes. Aunque la fragilidad es tan humana como el soñar bien. Por eso cuando al día siguiente observé algunos detalles de servicio a los demás (acompañar al grupo de Cristo Rey con el que nos encontramos en vez de saborear la sombra; pensar en el descanso del conductor y su café para que la conducción fuese apropiada; tener paciencia y repartirla con los demás, pedir un “Uber”, etc.), entendí que el “fado” del Espíritu comenzaba su andadura.

EL REINO DE DIOS

Caminar por las calles de una ciudad inmersa en una JMJ es todo un espectáculo. Miles de jóvenes; cientos de banderas (en Lisboa 2023 se han congregado todos los países del mundo excepto Maldivas). Razas, cantos, oración, alegría… Esperas tremendas para el transporte, la comida, los eventos…  Pero eso también es JMJ. Hablar con el de al lado, preguntar la nacionalidad, el movimiento, la parroquia o la orden religiosa; compartir comida o quedarse sin ella… no hay problema. Uso masivo de códigos QR. Policías tranquilizadores cerca. Voluntarios dispuestos a “inmolarse” en su dedicación. Pancartas de bienvenida en las casas. Y, por añadidura: “muchas personas que se podrían llamar unos a otros “hermanos” para proclamar la fe en Jesucristo que comparten”. Tal vez algo así, sin los defectos y debilidades que puedan quedar, sea el Reino de Dios. Algo así elevado a la millonésima. Algo así como semilla de la Iglesia y de la felicidad interminable junto a Dios. Creo que hemos aprendido mucho en esta JMJ: nos asustan ya pocas cosas; nos anima para un rato largo ver a tantos valientes; relativizamos cuestiones nimias destacando lo positivo del mundo y las cosas buenas que nos unen. Hay mucho trabajo por delante pero, como en la Transfiguración, hemos visto un destello del Reino. Y “mola mucho”.