III Domingo de Cuaresma, “B”

Hoy se nos recuerdan los mandamientos de la Ley de Dios. Contienen la sabiduría divina, revelada para que alcancemos en este mundo la mayor felicidad, aunque puedan parecer prohibiciones y preceptos que impiden satisfacer las apetencias naturales.

A la larga no es más feliz el codicioso que quien escoge la pobreza; no alcanza mayor plenitud el poderoso que el humilde; ni siente más paz el que se da la licencia que le proponen los instintos más bajos, que quien guarda las buenas costumbres.

El salmista asegura: “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos”. Con el tiempo, el creyente va tomando conciencia del descanso, de la paz y de la luz que se experimenta al vivir según la voluntad divina.

San Pablo llega a proclamar que el Crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

El Evangelio denuncia el comportamiento de quienes hacen negocio con la piedad popular, de los que especulan con lo sagrado y convierten el templo en mercado. Jesús no soportó que convirtieran la casa de Dios en negocio (¿en tienda?).

Cuando nos vence el egoísmo, el afán de poder o de tener, somos capaces de allanar todos los límites y utilizar todos los medios para alcanzar el deseo, por desordenado que sea.

La cultura actual no mira la ley de Dios, ni siquiera la ley natural, y el individualismo subjetivo avanza como norma de conducta, y hasta el propio gusto o sentimiento también se eleva a norma de conducta.

Sin embargo, muchos que han seguido el camino de su propia voluntad, retornan a la sobriedad y a una vida conforme con la Palabra de Dios. Aunque, por haber tenido experiencias muy fuertes, sufren la inclemencia de la mala memoria.

Sorprende el resultado de algunas encuestas realizadas entre los jóvenes, que dicen sentir que la Iglesia no los escucha, a la vez que la ven como piedra de tropezar, en vez de referencia entrañable. Todos tendremos que acreditar el gozo, la paz, la luz, la armonía, hasta la felicidad que concede el seguimiento de la ley de Dios.

Ángel Moreno Buenafuente