In memoriam D. José Iglesias Costas

Hoy hemos venido con tristeza, gratitud y esperanza a rezar por D. José. Todos recordamos su saludo directo y su llamada. No podía ser un mero “buenos días” o un formal y condescendiente “hola, qué tal”. Lo suyo era un disparo de francotirador: “¿¡Oye!?” Una mezcla de afecto, vacile (con inyección de cafeína para despertar los cinco sentidos y estar alerta) y, siempre, una invitación a trabajar: “14 horas de dedicación al día”, reconocía él en sus tareas.

Si le hubiese dado tiempo a estar presente en el mundo de las redes sociales, hubiese sido un auténtico incendiario. Porque no callaba; porque expresaba sin trastienda, tapujos ni respetos humanos aquello que pensaba. Reconocía que se equivocaba, en proporción, tanto, como acertaba. Sabedor de su “incontinencia verbal”, con el inconfundible sello extrovertido del Morrazo, sostenía que “quien dice muchas, muchas ha de tener que oír”.

En su mirada había un “escáner” y un “psicoanálisis” cargado de chispa espabilada, acierto, inteligencia y humor. Su alma llena de audacia procuraba beber, abundantemente, de la oración y la Escritura. Le gustaba mucho aquel pasaje del libro de Ezequiel en el que el profeta recibía el encargo de salir con el hatillo al hombro como un signo para que el pueblo se convirtiese al Señor. Hoy le tocó a él ponerlo en práctica, arropado por su querida familia (de la que conocimos alguna hermana delicada y fiel; o algún sobrino que trabajaba en el mundo de los frigoríficos), junto a algunas de esas personas que compartieron con él trabajo pastoral en las parroquias o en el Seminario. Familia y equipo eran dos realidades muy de su gusto.

A algunos nos tocó “romper el cascarón” a su lado y aprendimos fidelidad a la Iglesia, entrega y alma de padre. “Siervos inútiles somos”, decía al final de una tarea encomendada; “hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Procuró (o le coincidió), estar destinado un mínimo de 5 años y un máximo de 7 en cada lugar. También en esta última etapa de enfermedad. Ahora le pedimos al Señor otros 7 años, pero 70 veces 7, para que sean de feliz vida eterna. “Suelo acabar mejor que empiezo”, reconocía. Tal vez por eso hoy, soñamos confiados en la misericordia de Dios. En un Amor para él en el cielo que sólo pueda ir a más.

Su “méster de juglaría