Este domingo celebraremos la Jornada Mundial Misionera, el DOMUND. Un día entrañable en el que hacemos presentes a los hijos de Dios más necesitados espiritual y materialmente, y a los hombres y mujeres de fe que entregan sus vidas en los territorios de misión. Son miles los sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos que están dando con amor evangélico lo mejor de sí mismos en la doble tarea de anunciar a Cristo Resucitado y promocionar integralmente a las personas. Los misioneros encarnan la esencia misma de la Iglesia, que es misionera por definición, ya que Cristo mismo nos envió con un mandato expreso: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15). Con clarividencia lo expresaba el año pasado el santo padre Francisco en la Jornada Misionera Mundial. Decía en aquella ocasión: “La Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería sólo una asociación entre muchas otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y desapareciendo”.
En la entraña de la Iglesia está, pues, anunciar a Cristo en todos los rincones del mundo. Por eso decimos que todo bautizado es un misionero allí donde vive: en su hogar, en el trabajo o entre sus amistades. No es necesario ir a un territorio de misión para anunciar al Señor. Pero este domingo recordamos a aquellos hermanos que ejercen la vocación misionera de un modo especial, en unas circunstancias casi siempre dificilísimas, entre hijos de Dios que carecen de los bienes más elementales. En la campaña de este año se nos recuerda que podemos cambiar el mundo, que podemos y debemos atajar la injusticia de la pobreza, del hambre, del analfabetismo, de la guerra, de las muertes por enfermedades curables. De tantos rostros como tiene el Mal en nuestra sociedad.
Este domingo se nos pide, no sólo que seamos económicamente generosos en la ayuda material, tan necesaria, sino que oremos fervientemente por los misioneros que ejercen su vocación en los lugares más empobrecidos. No podemos olvidar que estamos en comunión con ellos. Su misión es también la nuestra. Toda misión ha de vivirse en la Iglesia, con la Iglesia y para la Iglesia. La vocación surge en este contexto y ha de desarrollarse en él. “La misión es envío para la salvación, que realiza la conversión del enviado y del destinatario; nuestra vida es, en Cristo, una misión.
Hasta la semana que viene, si Dios quiere.