Este próximo 24 de septiembre la Iglesia celebrará la 109ª jornada Mundial del Migrante y del Refugiado centrados en la importancia de atender a todas las etapas de la experiencia migratoria, desde la partida hasta la llegada, incluyendo el eventual regreso.
El Papa, en esta jornada recuerda a todos que “…la tarea principal corresponde a los países de origen y a sus gobernantes, llamados a ejercitar la buena política, transparente, honesta, con amplitud de miras y al servicio de todos, especialmente de los más vulnerables. Sin embargo, aquellos han de estar en condiciones de realizar tal cosa sin ser despojados de los propios recursos naturales y humanos, y sin injerencias externas dirigidas a favorecer los intereses de unos pocos.” Y como no todas las migraciones son iguales indica que “allí donde las circunstancias permitan elegir si migrar o quedarse, también habrá de garantizarse que esa decisión sea informada y ponderada, para evitar que tantos hombres, mujeres y niños sean víctimas de ilusiones peligrosas o de traficantes sin escrúpulos.”
Como personas y sociedad el Papa pide que nos esforcemos en “detener la carrera de armamentos, el colonialismo económico, la usurpación de los recursos ajenos, la devastación de la casa común” por ser estas las causas de las migraciones forzadas y porque sólo el trabajo común de todos, de acuerdos a sus propias responsabilidades dará fruto.
Y como no podía ser de otro modo, el Papa abre una puerta a la esperanza poniendo en el horizonte el año Jubilar 2025. Porque los jubileos que se han celebrado, tal como narra el Levítico, han permitido una justicia colectiva, que el Papa, ya en diversas ocasiones resume en los siguientes puntos “regresar a la situación originaria, con la cancelación de todas las deudas, la restitución de la tierra, y la posibilidad de gozar de nuevo de la libertad propia de los miembros del pueblo de Dios”.
Para ello el Papa pide un esfuerzo a la comunidad internacional, que es a quien le corresponde proteger específicamente los derechos internacionales, mediante la siguiente propuesta “que se asegure a todos el derecho a no tener que emigrar, es decir, la posibilidad de vivir en paz y con dignidad en la propia tierra. Se trata de un derecho aún no codificado, pero de fundamental importancia, cuya garantía se comprende como corresponsabilidad de todos los estados respecto a un bien común que va más allá de los límites nacionales. …Hasta que este derecho no esté garantizado —y se trata de un largo camino— todavía serán muchos los que deban partir para buscar una vida mejor”
María Puy