Esta quincena el Papa ha reflejado, a través de sus palabras, dos características básicas que, como cristianos, es importante no perder nunca de vista. Ambas características necesitan de nuestra capacidad para volver a la tierna infancia y, revivir aquellos laaargos días llenos de luz y descubrimientos maravillosos. Estas características son la capacidad de sorprendernos y de sentir la armonía que nos rodea.
Para tener capacidad de sorprendernos dice el Papa que necesitamos tener dos tipos de vista. La visión de los ojos físicos, que nos acerca a la realidad, y la visión que el Papa denomina de cristal, descrita en ese refrán, tan español, que dice que todo es según el color del cristal con que se mira es decir, con esa mirada llena de colores y matices que nos invita a soñar y compartir y plasmar esos sueños, con esa mirada que invita a despertar en nuestros espacios, a veces con belleza, otras con realidades menos atractivas, situaciones que afectan a las personas, y que permitan inducir un cambio general de rumbo.
Con esa mirada de cristal es con la que el Papa, nos invita a abrirnos a la capacidad de dejarse sorprender por Cristo.
El Papa describe a Jesús como aquel que no puede ser catalogado, porque siempre es más grande, y en concreto nos recuerda que Cristo “siempre es un misterio que de alguna forma se nos escapa por mucho que intentemos acomodarlo en un armazón y colgarlo en la pared”. La mirada del cristal con que se mira nos permite abrir nuestros ojos a la belleza de las promesas que Jesús, como hombre, nos presenta. Esas promesas nos producen una alegría que acaba contagiando a nuestro entorno, o como ha dicho el Papa “la fe es vida, el amor del Señor nos conquista y la esperanza renace”.
La segunda característica básica cristiana es la armonía que sólo proviene del Espíritu Santo. Es por tanto, un regalo, o mejor dicho, muchos regalos gratuitos y sobreabundantes que nos aportan la experiencia del amor de Dios. Esa experiencia no es uniforme, pero si exige que haya una asamblea que espera y una aceptación de tu don propio y del don que le ha sido entregado a cada uno por el único Espíritu. Como en el caso anterior, la capacidad para sentir la armonía requiere esa capacidad infantil para poder ver, allí donde el mundo dice que todo está mal hecho, aquellos aspectos que unen y me permiten acoger “la gracia del conjunto”.
María Puy