La gloria que Dios da

El libro del Génesis muestra al patriarca Abram, una vez que abandonó Ur de los Caldeos, al escuchar la voz de un Dios que le animaba a dirigirse a la tierra que Él le había de dar. El Señor bendijo a Abraham, prototipo de hombre de fe, con una descendencia numerosa como las estrellas del cielo. Se convirtió así en un patriarca, padre de todos, a lo cual hace referencia el cambio de nombre, en Abraham. El Señor promete entregarle aquella tierra, para que sea su tierra y la de sus descendientes.

San Pablo le pide a los Filipenses que le imiten con una vida semejante a la de él. Se queja de que algunas personas no tengan ningún interés en la cruz de Cristo. Esas tales se preocupan de lo material y terreno, y les basta con ello. Sin embargo, los hombres de fe han de sentirse ciudadanos del cielo, pues eso quiere el Señor que se consideren, al ofrecerles esa gloria. Precisamente del cielo volverá glorioso nuestro Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde según el modelo de su condición gloriosa.

San Lucas narra la escena de la Transfiguración de Jesús, al subir a un monte elevado, con sus discípulos Pedro, Santiago y Juan. Allí apareció radiante, y a aquel lugar acudieron Moisés y Elías. Una nube dio cuenta de la presencia del Padre, que señaló a Cristo como su Hijo querido, e hizo ver que era aquel profeta semejante a Moisés, a quien este pidió que escucharan. Después de haber estado unos y otros radiantes, en aquella situación gloriosa, todo volvió al estado anterior, y ellos no contaron nada de lo que habían visto.

José Fernández Lago