La iglesia de Entrecruces, un ejemplo más del barroco en Bergantiños

  • LAS HUELLAS DE LA RELIGIÓN | Aquellos templos de dimensiones reducidas, que habían sido construidos tomando como inspiración la fábrica románica de la catedral de Santiago, fueron derruidos

A finales del siglo XVII y principios del XVIII, Galicia vivió décadas de enorme crecimiento demográfico, especialmente en las zonas que bordeaban la costa. De este modo, las iglesias parroquiales comenzaron a ingresar cuantiosos caudales que permitían, por un lado, levantar nuevos y espaciosos edificios para el culto y, por otro, la adquisición de las mejores piezas de escultura y orfebrería.

Aquellos templos de dimensiones reducidas, que habían sido construidos tomando como inspiración la fábrica románica de la catedral de Santiago, fueron derruidos. De esta forma, la gran mayoría de las iglesias del rural, de Bergantiños o de otras comarcas, pertenecen a este arco cronológico que comprende los siglos XVII y XVIII, aunque también durante el siglo XX hubo una gran renovación. La iglesia de Entrecruces, en Carballo, es un ejemplo muy claro de esto: fue construida hacia 1730; sin embargo, fue ampliada en 1955. El informe de una visita pastoral en 1742 nos describe la morfología de la arquitectura en aquel momento: «Capilla mayor de bóveda y espaciosa con retablo nuevo, el cuerpo fayado y nuevos retablos en los colaterales». El campanario, aunque parece una obra de esa época, fue reconstruido en 1899 por el cantero Fernando Pichel Bermúdez, luego de que un rayo lo derribase por los suelos.

La iglesia barroca, de planta rectangular, fue convertida en una cruciforme al añadir dos capillas laterales en 1955. El artesonado fue sustituido por bóvedas de ladrillo, y la sacristía se acortó y se pavimentaron los suelos.El promotor de esta reforma fue el párroco Manuel Garea Cotón y las obras fueron dirigidas por Casiano Pazo Hermida (natural de San Fiz de Estacas, Cuntis), autor de las bóvedas de la iglesia de Anxeriz o la reconstrucción y el campanario de la iglesia de Ardaña.

Otros elementos para destacar en esta iglesia son los retablos: los colaterales son obra del escultor Rodrigo do Campo (1709) y, el retablo mayor, se realizó en 1734. Los retablos laterales se articulan con columnas salomónicas, cuyo fuste se encuentra rodeado de vides y racimos que son picoteados por aves. Por el contrario, en el retablo mayor conviven las columnas salomónicas, los estípites y las columnas panzudas, popularizadas por Simón Rodríguez. En esta pieza se hallan situadas las siguientes imágenes: san Ginés, patrón de la parroquia, obra de Antonio de Meis (1773); san José y san Antonio de Padua (1730) y el Sagrado Corazón de Jesús, una obra del taller de José Rivas, posiblemente de la década de los años veinte del siglo pasado. En el expositor se halla la pequeña imagen de la Purísima Concepción, 1761, de gran calidad artística y, finalmente en las dos credencias laterales, Nuestra Señora de los Dolores (1757), de candelero, y san Roque, talla embargada al escultor Meis junto a santa Lucía y el santo Cristo a finales de la década de 1780.

El retablo de la capilla del lado de la epístola está presidido por una imagen de la Virgen del Carmen, efigie que se podría encuadrar a mediados del siglo XIX y que bebe de la influencia de la iconografía de esta advocación creada tanto por Gambino como por Ferreiro. En el otro retablo lateral está colocada la famosa imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa, imagen donada por Bernardo Vázquez en los años cincuenta del siglo pasado y realizada por el escultor compostelano Carballido. En cuanto a la orfebrería parroquial, destaca la cruz procesional, obra del platero Fabián Antonio Ordóñez, quién realizó las cruces de Bardaos, Rodís o la de Razo. En la macolla aparecen representados san Andrés, san Bartolomé, san Pedro, san Pablo y Santiago el Mayor; sobre el Cristo crucificado aparece el sello del autor, ORDONEZ, así como en la parte inferior la fecha de realización en números romanos. Finalmente, en el reverso, está representada la Virgen de la Soledad.

Luis Ángel Bermúdez Fernández
Artículo publicado en La Voz de Galicia