Durante el tiempo de Adviento, hemos considerado a María como imagen del Arca de la Alianza. Al contemplarla subiendo a la montaña a visitar a su prima Isabel y permanecer con ella durante tres meses, descubríamos la posible intención del autor sagrado de presentar a la Virgen Nazarena, quien llevaba ya en su seno al Verbo de Dios, como la nueva Arca de la Alianza. Aquí resuena el pasaje que narra la subida del arca desde Betel a Jerusalén, en tiempos del rey David, y que se quedó tres meses en casa de Obededón.
Reparando en lo que hace María inmediatamente después de la Anunciación, levantarse y ponerse en camino de prisa, nos aventurábamos a interpretar que, al ser “levantarse” un verbo que se repetía en las escenas de Pascua, sobre todo referido a Jesucristo resucitado, y al observar que, cuando el Nazareno pasaba por la vida de las personas, les invitaba a levantarse y quedaban curadas de sus diferentes enfermedades, María, irrumpiendo de forma tan decidida (“María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá”), nos revela su participación adelantada en la redención de la humanidad.
Con los textos bíblicos de la Navidad, no solo hemos contemplado a María como nueva Arca de la Alianza y paradigma de la nueva humanidad redimida, sino que al traer a la memoria las profecías, descubrimos que en ella se concentra todo el amor de Dios.
Dice el poema: “Habla mi amado y me dice: «Levántate, amada mía, | hermosa mía y vente». Mira, el invierno ya ha pasado, | las lluvias cesaron, se han ido. Brotan las flores en el campo, | llega la estación de la poda, | el arrullo de la tórtola | se oye en nuestra tierra. En la higuera despuntan las yemas, | las viñas en flor exhalan su perfume. | «Levántate, amada mía, | hermosa mía, y vente». (Ct 2, 10-13) Y al comparar el verso del Cantar de los Cantares con el gesto de María, después de escuchar la salutación del ángel Gabriel, “Alégrate, María, llenada de gracia, amada de Dios”, interpreto que el levantarse de la joven nazarena es la respuesta más exacta y correspondiente a los versos del poema de amor divino, un diálogo exacto. A la invitación “Levántate, amada mía”, la respuesta inmediata: “Se levantó”.
Mi sorpresa ha llegado a su cumbre cuando he visto que el texto sagrado no solo puede tener resonancias en María como amada de Dios, escogida para Madre suya. El Evangelio de san Lucas, en el contexto de la última venida del Señor, afirma: “Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación»” (Lc 21, 27). Nuestra expectación ya no es de esclavos, sino de hijos, de aquellos que se sienten amados de Dios y como María y tantos otros que han experimentado el paso de Jesús por sus vidas, avanzamos por el camino de la existencia rehabilitados, redimidos, amados.
En María tenemos de manera emblemática la reacción adecuada a la declaración divina enamorada. A su vez descubrimos que cuantos se sintieron amados y privilegiados por el amor de Dios, reaccionaron como María. Así lo hicieron los pastores, subiendo de prisa a Belén, María Magdalena y el discípulo amado en la mañana de Pascua. Y podemos personalizar las palabras del profeta: “Levántate y resplandece, | porque llega tu luz; | ¡la gloria del Señor amanece sobre ti!” (Is 60, 1) «Ánimo, levántate, que te llama». (Mc 10, 49).
Ángel Moreno Buenafuente