Laxe vivió este domingo su particular cita con la memoria, la fe y el mar. Desde 1962, cada 17 de agosto, la localidad revive la dureza de la vida marinera y la esperanza depositada en la Virgen del Carmen en la tradicional representación del Naufraxio, una celebración declarada Festa de Interés Turístico de Galicia.
El silencio sobrecogedor que se instaló en el puerto al inicio de la escenificación dejó claro que no se trataba solo de un espectáculo, sino de un acto de fe compartida. Eran pasadas las dos menos cuarto cuando once marineros, vestidos con trajes impermeables, zarparon rumbo al recuerdo de tantas vidas perdidas en el mar. La tragedia llegó pronto: el naufragio. Dos bengalas rompieron el cielo y, acto seguido, los hombres se vieron obligados a lanzarse al agua, nadando con desesperación hacia la orilla.
En medio de la angustia, la salvación vino en forma de aro salvavidas, lanzado una y otra vez por un compañero. Uno a uno, exhaustos, los marineros alcanzaron tierra firme. Allí, la emoción se transformó en plegaria: de rodillas, con lágrimas y temblor en el cuerpo, besaron la imagen de la Virgen del Carmen, símbolo de auxilio y protectora de quienes se encomiendan a ella en las horas más oscuras. El fervor fue aún mayor porque, por primera vez, la talla había sido coronada instantes antes del acto.
La escena alcanzó su punto más dramático con la representación del marinero ahogado. Este año, el papel recayó en un joven percebeiro que decidió asumir el papel de la muerte en el mar, marcado por circunstancias personales que añadieron hondura a su interpretación. Cuatro compañeros lo sacaron del agua, sin vida, y lo postraron ante la Virgen. Fue entonces cuando la fe se transformó en milagro: el resucitado abrió los ojos con mirada de veneración. El público, conmovido, estalló en una ovación que mezclaba lágrimas, aplausos y gritos de “¡Viva la Virgen del Carmen!”.
La celebración se prolongó con la procesión marítima. El barco que portaba la talla, acompañado por los náufragos, abrió paso a una veintena de embarcaciones engalanadas que recorrieron la ría entre cánticos y la Salve Marinera entonada al unísono. La atmósfera festiva contrastó con el calor sofocante de la jornada, que alcanzó los 21 grados pero se sintieron como mucho más bajo el sol intenso. Pese a los golpes de calor que algunos sufrieron, la devoción no decayó.
Finalmente, la Virgen regresó a la iglesia de Santa María da Atalaia, donde el silencio devoto volvió a imponerse tras la intensidad de la jornada. El Naufraxio, más que una representación, se confirmó una vez más como un acto de fe colectiva: la memoria de quienes perdieron la vida en el mar se une a la certeza de que, en medio de la tormenta, la Virgen del Carmen es faro, refugio y esperanza para todo un pueblo.






