Los cruceiros dejaron una fuerte pegada en la historia de las parroquias de Bergantiños

  • La antigüedad del de Sofán contrasta con otros emblemáticos, como el de Centiña, o el de Oca, que rompe esquemas

Una de las muestras del arte religioso popular en Galicia son los cruceiros. Su origen y desarrollo, que coincide con la Contrarreforma, es desconocido, si bien se les atribuye a los franciscanos el papel difusor de estos hitos, ya que la orden seráfica se encuentra muy relacionada con la devoción a la pasión de Cristo.

El uso, aparte de ser un elemento que sacralizaba su entorno, se vincula a las procesiones, no solo como lugar que el cortejo circunda para regresar hacia la iglesia, sino también como espacio donde hacer una estación o parada en la procesión del Corpus, posando la custodia sobre la mesa que normalmente se halla en su base (de ahí que se denomine a este elemento «pousadoiro»).

En la mayor parte de los casos, los cruceiros vinculados a las procesiones se hallaban a bastante distancia de las iglesias y, de ahí, que con el paso del tiempo y la mudanza de las costumbres parroquiales, muchas piezas fueran movidas e instaladas en los atrios o en sus cercanías. También, con el traslado de las iglesias, los cruceiros cambiaron de lugar. Así sucedió en Erbecedo, en el año 1869 y por una cantidad de 64 reales. Años antes, en 1782, había sido necesario enderezar el fuste, obra que costó 42 reales. El cruceiro de Santa Baia de Castro fue, del mismo modo, trasladado en 1848 por el cantero Pedro García, aunque en origen era una obra de Andrés González, que lo había terminado hacia 1814. Hoy se sitúa a escasos metros de la carretera general, en una casa particular. Su uso fue reemplazado por otro crucero hecho en 1915 en el atrio, levantado por la devoción de un matrimonio emigrado en Montevideo.

En la cercana parroquia de Valenza, el cruceiro —hoy circundado de casas— presidía un amplio campo que era de la propiedad de la cofradía de san Roque, que tenía arraigo en la feligresía, y donde sus cofrades se reunían en la fiesta del santo para compartir las típicas comidas que ofrecían las hermandades barrocas en Galicia a sus asociados, y que tantos quebraderos de cabeza daban a los prelados, que buscaban incansablemente su supresión.

Uno de los cruceiros más antiguos de la zona es el de Sofán (Carballo), levantado en 1660 a devoción del licenciado Juan García.

En el caso coristanqués, uno de los cruceiros emblemáticos es el de Centiña, de hechura popular y de una escultura muy basta, datado en el año 1771. Iconográficamente, en los cruceiros únicamente se representa a Cristo crucificado en el anverso y a la Virgen en su parte posterior (representada en las advocaciones más queridas por el pueblo como la Virgen del Carmen, de los Dolores, del Rosario, de la Piedad…).

Algunos dan un paso más adelante y llegan a tener un calvario completo, con Cristo, la Virgen y san Juan Evangelista, como en el caso de A Rabadeira. Sin embargo, cruceiros como los de Oca rompen los esquemas y sobresalen del resto: serpientes que representan el pecado original en el fuste, elementos de la pasión (clavos, tenaza, martillo, y otros detalles). El cruceiro de Oca es una obra del último tercio del siglo XIX, del cantero José Touceda, vecino de Traba, quién levantó y reformó, junto a su cuadrilla de empleados, la mayor parte de las iglesias de la zona. Aunque el varal suele estar siempre despejado, en algunos casos se llega a representar la imagen del patrón, como en Castro o, en otros, como el de Muiñoseco, se colocó una imagen devocional de difícil identificación.

Hace unas semanas, en este mismo periódico, se anunciaba la restauración de un importante y antiguo cruceiro en el municipio de Vimianzo, en el cuál —tras el análisis pertinente— se hallaron capas de preparación para aplicar una policromía. Aunque hoy en día nos parezca extraño, tenemos que imaginar todas estas piezas pintadas de colores vivos, tal y como sucedía con las imágenes situadas en las fachadas de nuestras iglesias. Si acudimos a los archivos parroquiales vemos como, por ejemplo, el cruceiro de Xaviña fue pintado en 1828, tanto la cruz como el capitel; también lo estuvo el de Seavia. La labor pictórica recaía muchas veces en los artistas que policromaban los retablos de las iglesias; así sucedió, por ejemplo, en la parroquia de Bardaos, en el municipio de Tordoia, donde el pintor compostelano Benito Calviño limpió y pintó el cruceiro en 1760.

Luis Ángel Bermúdez