Mi semejante

El libro del Génesis muestra a Dios en la tarea de la creación. Una vez que había creado al varón, fue dando la vida propia de ellos a las bestias del campo y a los pájaros del cielo, de modo que Adán pudiera ponerles nombre a cada uno de ellos. De todos modos, no encontró en esos seres la ayuda adecuada para el varón. Entonces le extrajo a éste una costilla y formó a la mujer. Apenas la vio el hombre, se dio cuenta de que esa criatura sí que era “carne de su carne y hueso de sus huesos”. Le dio entonces un nombre que no existe en castellano, pero que vendría a ser “varona”, al haber sido tomada del varón. Por ello ha de dejar el hombre a su padre y a su madre, y unirse a su mujer, para ser los dos una sola carne.

La Carta a los Hebreos presenta a Jesús coronado de gloria y honor en el cielo, donde ejerce como Sumo Sacerdote de los bienes futuros. Ello se debía a haber asumido la muerte a favor de todos, para conducirlos a la salvación. El santificador y los santificados son hermanos, pues en algún sentido son semejantes. Unos y otros, en lo tocante a la humanidad, proceden del mismo tronco.

La 3ª lectura, del Evangelio de San Marcos, recoge la replica de Jesús a unos fariseos. Estos cuestionaban si era lícito abandonar a la esposa por cualquier motivo. Jesús viene a responder que no hay motivo que lo justifique, pues el Creador, en los inicios de la humanidad, los hizo hombre y mujer. Por lo tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Por lo tanto, si se separan y contraen nuevas nupcias, realizan el adulterio.

José Fernández Lago