Una pandemia de origen incierto y consecuencias funestas se abate sobre el mundo. Su expansión es casi exponencial y se ha visto facilitada por nuestra desmesurada inconsciencia. O insolidaridad. O estupidez, según se mire. Me resulta incomprensible que muchas personas decidieran seguir con su vida cotidiana incluso después de que las autoridades decretasen el estado de alarma, prohibiesen las aglomeraciones y obligasen al cierre de comercios y locales de ocio. Incluso cuando se informó de lo fácilmente que se transmite y se contagia el virus, miles de personas salieron subrepticiamente de sus cárceles urbanas para cumplir la cuarentena en el piso de la playa. Abandonaron el puesto de trabajo por motivos de seguridad y se lo tomaron como una romería festiva. En muchos casos hasta tuvo que intervenir la policía para obligar al cierre de bares y cafeterías ante el empecinamiento etílico de clientes con clara disminución de sus facultades cognitivas. Tal vez por eso la medida sanitaria más eficaz es el lavado frecuente de manos. ¡Como modernos Pilatos! ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?
Como buena plaga, se ceba sobre todo en uno de los sectores de población más vulnerables. Lo que la hace más odiosa si cabe. Pero también anestesia conciencias. De nuevo Pilatos tranquilizándose con el argumento de que las víctimas suelen ser ancianos con patologías graves. ¿Una pensión menos que pagar, un ahorro para la Seguridad Social?
Desde este domingo estamos obligados a permanecer en nuestros hogares. Será una penitencia insoportable para unos, una clausura con sobredosis de televisión y redes sociales. Para otros una oportunidad para leer aquel libro que siempre se resistió. Sospecho que para los menos, la ocasión de comunicarse con la familia y dedicarle un poco de tiempo a ese Dios siempre presente, siempre paciente, que nos espera contra toda esperanza sin desesperar por nuestra inconstancia.
Me han propuesto, ¡me han propuesto! que escriba mis reflexiones, pensamientos, inquietudes, vivencias… en una especie de diario “al modo de Ana Frank”. O más cerca de nosotros, del gran Nacho Mirás, que tuvo el coraje de narrar en un blog su batalla contra el cáncer inmisericorde que le ganó la batalla final pero nunca lo derrotó. Estoy cierto que no les llegaré a la suela de los zapatos a estos gigantes. Pero humildemente se hará lo que se pueda.
Antonio Gutiérrez