Décimo séptimo día de confinamiento. Llevamos muchos, muchos días encerrados en casa. Y nos esperan posiblemente muchos más de los que ya hemos pasado. Esto parece la crónica de una cuarentena (de cuarenta días) anunciada. Las noticias que transmiten los MCM son tan aterradoras que, con su permiso, hoy prefiero no mirar para ellas y ver el presente con algo de humor. Mucho me temo que tendremos más tiempo del que quisiéramos para volver a hablar de esta tragedia y llorar a los miles de muertos que se nos acumulan y de los que, también me lo temo, nadie se hará responsable.
Con este panorama me felicito a diario por mi afán, casi compulsivo, de comprar todo cuanto libro me resulte interesante, con independencia de la materia que trate. Lo cierto es que muchos los compré con la, hasta ahora, peregrina esperanza de leerlos cuando tuviese tiempo (cada uno acalla su mala conciencia como puede). Ahora, cuando miro las estanterías sin tocar pienso que hombre previsor vale por dos, aunque en casa no sean de la misma opinión y se empeñen en recordarme que ya no hay sitio ni para una triste separata.
Ahora el reto es enfrentar la biblioteca y decidir por qué volumen empiezo. No es el peor de los dilemas a los que me he enfrentado. Sin embargo, un padre de familia casi nunca tiene tiempo para sí mismo, de modo que mi gozo se ahoga un poco en el pozo de los deberes parentales. Cuando no es la alumna de primero de la ESO es la universitaria, que tuvo el detallazo de abandonar a toda prisa su piso de Gijón para venir a pasar la cuarentena en casa de mamá y papá. Amor en estado puro que le supone, pero sólo por pura casualidad, un importante ahorro en el supermercado. Sin olvidar que, aprovechando que tengo que ir al trabajo, me sugiere con una zalamería sospechosa desviarme hasta el estanco para comprarle el tabaco, que pago yo (aclaración que a buen seguro ustedes no necesitaban).
La paciencia es ahora el recurso supremo, porque en primaria aún no sabemos cuándo terminará el curso, pero mi universitaria ya sabe que no volverá a tener clases presenciales. Desde el Rectorado enviaron una comunicación en la que dan por finalizado el presente año académico. Tan sólo les recuerdan que la primera convocatoria de los exámenes será en junio y la extraordinaria recupera su histórica cita de septiembre. Al paso que vamos, es probable que hasta se clausuren las vacaciones en la playa.
En esta circunstancia Abraham me parece un hombre con mucha suerte. Dios le dio permiso para darse un largo paseo, incluso con la familia, ¡y sin necesidad de usar animales como excusa! Creo que ahora mismo el patriarca es más envidiado por esto que por ser el padre de los creyentes.
Se me acaba el sentido del humor. Sólo se me ocurre refugiarme en mi habitación y pedirle a Dios que me de fe para soportar lo que se nos avecina sin perder la misericordia, sin caer en la tentación de la ira o, peor aún, del odio. Ya hay demasiado para que yo aporte mi granito de arena. Paz y bien para todos.
Antonio Gutiérrez