Cuarto día de confinamiento. Tengo la sensación que algunos de mis conciudadanos van a perder la razón. He vuelto a apagar el teléfono. Me irrita tanto mensaje recibido. Entiendo que los amigos quieran levantarse la moral unos a otros, pero yo estoy hambriento de silencio.
A mediodía, las campanadas llamando al rezo del Ángelus que antaño congregaban a los cristianos se sustituyen ahora por una sonora cacerolada anti Juan Carlos I. Y a las ocho de la tarde me sumo en la confusión. Oigo una sonora salva de aplausos. Pero ya no sé si mis vecinos se asoman al alfeizar de sus ventanas para rendirle un sentido homenaje al personal sanitario, a los esforzados trabajadores del sector de la alimentación, a los que recogen nuestros desperdicios cada noche, a los policías y soldados o a Amancio Ortega por su generosidad vestida de euros.
Tomamos conciencia ahora del sacrificio de nuestros conciudadanos cuando llevan toda la vida haciendo lo mismo. Me falta que salgan a aplaudir a los compañeros periodistas, que se juegan la salud para cumplir su cometido. O a los maestros y profesores universitarios, habitualmente difamados y que, en vez de aprovechar estas “vacaciones” para olvidarse los alumnos siguen cumpliendo con su sacrosanto deber de formar a nuestros hijos. Y siguen sin pedir aplausos por cumplir con su obligación.
Mi abuela, que tenía la retranca propia de una gallega y la reciedumbre de quien sobrevivió a la dureza de la guerra y la post guerra, no soportaba a los cínicos miopes que sólo se acordaban de Santa Bárbara cuando tronaba. A burro muerto, cebada al rabo, era su sentencia definitiva. Y sonaba con una descarga de fusilería, radical y vacunada contra cualquier tentación de blandenguería hortera.
He leído estos días que nunca olvidaremos esta crisis sanitaria, que saldremos de ella más fuertes y solidarios y que la venceremos entre todos. Y venga mensajes a la unidad, que, me huelo, aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid para referirse a otro tipo de unidad.
Con todos los respetos, me parece más palabrería. ¿En serio alguien se puede creer que esto nos hará mejores y que nunca lo olvidaremos cuando ya no recordamos la barbarie de las guerras, los campos de exterminio, el 11S, el 11M… y para no ir tan lejos, la muerte de los migrantes en el Mediterráneo y en la frontera griega con Turquía? Dos días después de que se acabe la emergencia volveremos a programar viajes al extranjero y asaltaremos las terrazas de los bares como si no hubiese un mañana. Y el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Hace 53 años Aleksandr Solzhenitsyn escribió en su monumental Archipiélago Gulag: “la pérdida de la libertad externa es menos dura para un hombre con un rico mundo interior que para un hombre poco cultivado en el que predominan las sensaciones corporales”. Personalmente creo que esto es hoy más verdad que nunca.
No olvido que estamos en Cuaresma y en cuarentena. ¡Qué curiosa coincidencia! En Cuaresma deberíamos vivir siempre en una cuarentena espiritual privilegiada, en un retiro consciente y contemplativo. Este año el covid 19 nos ofrece una magnífica oportunidad. ¡Aprovechémosla e intentemos ser más ricos en mundo interior!
Antonio Gutiérrez