Miradas 6

Quinto día de confinamiento. Nunca he orado tanto en mi vida. Siempre soy feliz, pero estos días, además, lo estoy. Como diría un gitano de la vieja guardia, la estoy gozando. Y como este retiro domiciliario da para mucho, he recuperado el proyecto de releer la Biblia de un modo sistemático, desde “En el principio creó Dios los cielos…” hasta “Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. ¡Amén!” No me dará tiempo, y además tampoco es cuestión de leer la Palabra como si de una novela se tratase. Pero a mí lo que me cuesta es comenzar. Luego será cuestión de orar con ella, leerla, releerla, meditarla e intentar sacar algunas consecuencias para la vida práctica. Ya os iré contando.

De momento me quedé anclado en los dos primeros capítulos del Génesis. Explicaré por qué. Estos días se ha escrito mucho sobre el origen de la pandemia, sobre los evidentes abusos de la Humanidad sobre la Creación… Alguno incluso ha dejado entrever que el coronavirus es una reacción vindicativa de la madre naturaleza, que se revolvería enojada contra la industrialización salvaje y los vertidos incontrolados, como una deidad rencorosa que encontrase placer en el castigo desmesurado a los hombres.

El ateísmo ha encontrado un placer malsano en atribuirle al cristianismo el origen de la crisis medioambiental. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. No se trata de dar aquí lecciones de teología que este periodista no puede impartir. Tan solo voy a compartir alguna reflexión, construida, por supuesto, con el recuerdo de alguna lectura. Orando con el Génesis me quedé en esta revelación: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó”. Y a lo largo de este maravilloso relato se repite como un mantra, para que nadie lo olvide, “… y vio Dios que estaba bien”. Y por si no nos había quedado claro, remacha: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”.

Puesto que somos imagen de Dios, somos seres con espíritu, seres que trascienden lo meramente material. Y somos co-creadores del mundo que se nos dio en heredad. Es mandato divino trabajar el huerto en el que puso a Adán y Eva, cuidarlo con mimo, perfeccionarlo. Cualquiera que tenga un huerto sabe esto. Y si no, preguntad a los abuelos. Crear está en abierta contradicción con explotar o destruir. Como ignoro el origen del covid 19 no sé a ciencia cierta si es fruto del abuso humano del edén o creación de un Adán de pacotilla jugando a ser Dios. Lo que sí sé es que urge recuperar la dimensión trascendente y enterrar las ambiciones desmedidas. Urge recuperar la sabiduría que nos permite comer para vivir y censuraba el vivir para comer. Porque, como muy acertadamente expone Manos Unidas en su última campaña, los que más sufren el maltrato al planeta son los más pobres, precisamente los preferidos de Dios. Sus vidas corren peligro grave. Sería bueno tomar conciencia por ellos y no sólo porque las garras de una pandemia nos estremecen las grasas. Porque los ricos sólo nos preocupamos cuando el miedo llama a nuestra puerta.

Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. ¡Amén!

Antonio Gutiérrez