Mirar más allá

El libro del Eclesiastés muestra que, a pesar de la destreza que alcancemos en esta vida, no iremos demasiado lejos si solo tenemos miras terrenas, pues incluso lo que poseamos lo tenemos que dejar aquí, en esta tierra, a quien quizás no lo merezca. El ser humano se afana por alcanzar lo que no tiene; y, junto a las enfermedades que ha de afrontar a lo largo de la vida, vivirá con el ansia de lograr algún día lo que todavía no tiene. Por ello, el vivir sin otros horizontes, es “vanidad de vanidades”, todo vanidad.

San Pablo pide a los Colosenses que, ya que han resucitado con Cristo, miren hacia los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre. Ya que han muerto con Cristo, procede dar muerte en ellos a todo lo terreno, cumpliendo con fidelidad los divinos mandatos; y, al haber resucitado con Cristo, han de vivir una nueva vida, a imagen del Dios que los creó, y en espera de la venida gloriosa de Cristo. En él los cristianos, a pesar de ser de distinta condición unos de otros, somos todos uno en él.

El Evangelio de hoy nos ratifica en la enseñanza del libro del Eclesiastés, con la parábola “del rico insensato”. Una persona que había recogido una gran cosecha, no encontró otra solución para albergarla que derribar los graneros, edificar otros de más capacidad, y disponerse a vivir con holgura. El Señor lo considera insensato, por no tener en cuenta su condición mortal: de ahí que, antes de llevar a cabo su proyecto, le pedirán cuentas de su vida, de suerte que, lo que ha recogido, ¿de quién será? Concluye el Señor que eso acontece con quien acumula riquezas para sí y no es rico ante Dios.

José Fernández Lago