“Hola mi amor!” Declamaba sin rubor aquella mujer joven en mitad del autobús. Abducida por la llamada, no había visto los múltiples asientos libres y permanecía de pie junto a la puerta de salida, más sujeta a su teléfono móvil que a la barra del transporte urbano. “Victoria Alejandra, no se deje vd. manipular…” El castellano, correctísimo. El tono, agotador.
Las miradas de la gente pacífica iban y venían en torno a ella para que, ¡oh anhelo!, captase lo que un gallego o una gallega dicen sin palabras. En este caso “cala a boca”. Hubo quien, tirando de almanaque, citó por lo bajini el Día de la mujer; otras, dándole a la cabeza esgrimían las diferencias entre América y España. Se equivocaban en el prejuicio.
Alguien comenzó a toser de un modo exagerado, pero la joven esquivó aquel sonido con un cuarto de giro y siguió lanzando a la atmósfera su conversación, cual aspersor de riego: consejos para el perro de Victoria Alejandra; sentimientos hacia su pareja; valoración extensa y romántica acerca de la prisión permanente revisable… Y toneladas de vehemencia.
Los pasajeros, indefensos, como en una huelga eterna de juzgados, fueron rescatados por el bálsamo de una sonrisa: la de la conductora. Desde su retrovisor, ratificaba el modelo de convivencia que entona la sociedad.