El ritmo es frenético; precipitación y apuros por todas partes. La ansiedad trae consecuencias: el comer deprisa daña la salud; las relaciones sentimentales urgidas conducen al fracaso; pisar el acelerador alerta a la Guardia Civil; la planificación de banquetes y vacaciones estresa en vez de descansar. ¡Adiós ministro! ¡Chao, príncipe consorte! Bye, entrenador!… Ir tan rápido impide asimilar y pensar. Mejor: escapar.
Sto. Tomás de Aquino decía que en el hombre hay una doble vida: la exterior, la del cuerpo, la de los sentidos; y otra, la del alma, la espiritual, que permite el trato con Dios y con los ángeles. La que, por ejemplo, ve más allá de una bebida isotónica en un Aquarius. Ayudar al ser humano requiere superar lo emotivo, el quedar bien, o el irrefrenable impulso de “estar a la última”. Y trabajar por la verdad.
El sr. Antonio, paisano de nuestra tierra, sostiene que la vida en el campo y su duro trabajo, lejos de la contaminación mediática, le ha proporcionado libertad y perspectiva. Él percibe, con indomable prudencia gallega, que mucha gente se encasilla en un concepto (“Madrid-Barcelona”; “izquierdas-derechas”; “fe-ateísmo”, etc.) y sólo ve lo que quiere ver. Sin argumentos. Sin cambiar. Llegando al enfado. Por pedal.
Para descubrir la verdad y luego hacer lo correcto, conviene entonar el “despacito”. Sopesar; filtrar los datos y las señales. Lo eterno supera a lo transitorio.
Manuel Ángel Blanco
(Cope, 15 de junio 2018)