La entrada en el edificio prometía: “Se advierte a los señores vecinos que de continuar los actos de vandalismo en el garaje se tomarán las medidas oportunas”. Firmaba la gestoría de la comunidad. Otro aviso a pocos metros: “las llaves de luces no se pueden trabar con palillos (…) porque causan averías”. En el ascensor: “está prohibido que los perros hagan sus necesidades en las zonas comunes”…
¿Quiénes vivirían allí? ¿No sería posible la convivencia y el dejar atrás un ambiente enrarecido? ¿Nos encontrábamos ya ante los frutos de la “nueva “educación” recetada? Parecían cuestiones demasiado obvias para tener que escribirlas, enseñarlas o trabajarlas juntos. Los golfos y los “túzaros”, masculinos o femeninos, siempre existirán. Pero ahora parecen más resistentes a las vacunas del sentido común.
Mons. Óscar Romero, subrayaba una clave del Adviento: la conversión; buscar a Dios; sentir su necesidad. No se puede desear la liberación, sin tener conciencia de ser oprimido. Sí: necesitamos un modelo nuevo de humanidad. O el de siempre, porque a Jesucristo no lo ha descubierto “Calvin Klein”… Un día, alguien prescindió de Él, queriendo ser original. Pero “el desorden se hizo hombre y habitó entre nosotros”.
Un niño de tres años se interpuso entre su padre y su madre durante una riña más allá del respeto. Hijos de Lancelot, o Lanzarote, se lanzaron al mar, cual leales caballeros de la isla redonda, para rescatar a inmigrantes náufragos… Tal y como pintan los tiempos, se necesita al Salvador.
Manuel Á. Blanco