Momento Blanco en Cope: Tras la máscara

El uso de la mascarilla tiene unas grandísimas ventajas para la mente observadora: con ese “camuflaje” maldito que impone la pandemia, uno se convierte en espectador privilegiado de las reacciones humanas más hilarantes y no teme quedar mal en público. Plañidos forzados y surrealistas en un funeral, actuaciones simpáticas de alguien con una copita de más, la dignidad de reponerse a un tropiezo en un escalón que no existe…

Otras máscaras son profesionales, repujadas; para lucir en la veneciana plaza de San Marcos durante el carnaval. Como la de Cecilia Marogna, de apodo “Mata Hari”. Estos días ha sido detenida en Milán, acusada por el Vaticano de malversación llevada a cabo en connivencia con el cardenal Angelo Becciu, destituido recientemente por el Papa debido a las irregularidades cometidas con fondos de “la casa”. Careta o carota

Otro tipo de máscara es la que rehúye el protagonismo. La de los misioneros, por ejemplo. ¿Quiénes son? Agentes infiltrados dispuestos a desaparecer viviendo junto a Cristo en medio de los que menos tienen. Hace años, se leía en titulares: “Gennet Corcuera, primera persona sordociega de Europa con título universitario.” Gracias a la mediación de un gallego, el comboniano Juan González Núñez, misionero en Etiopía, país de atletas, una familia adoptó a la niña que después haría carrera de un modo sorprendente.

Soldadores o bufones; cirujanos o atracadores; buzos, pilotos o pacientes graves de ambulancia… Las máscaras, como la vida misma, definen al que las porta y destapan los corazones buenos.

Manuel Á. Blanco