La vida auténtica de todo creyente, de cada cristiano significa imitar, seguir y transfigurarse -lo más posible- en Cristo, es decir, ser santos.
Los santos son los grandes testigos en los que se manifiesta la fuerza y la santidad de Dios entre y ante sus hermanos en la comunidad, que en su conjunto tiene que ser y es testimonio manifiesto del amor victorioso de Dios.
Por eso la Iglesia siempre nos presenta el testimonio de aquellos hombres y mujeres que han dejado una huella profunda no solamente en asuntos estrechamente relacionados con la Iglesia y con la fe, sino también en la historia del pensamiento, en la evolución de la sociedad, en los acontecimientos políticos, económicos y humanos.
Hablamos de hombres y mujeres con sorprendente fuerza espiritual, fe inquebrantable, y que en nombre de esta fe sacrificaron su propia existencia, renunciando a todo lo demás, inmolándose sólo a la voluntad de Dios, al bien de los hermanos.
Este es el caso de San Rosendo, cuya fiesta hemos celebrado el primero de marzo, y cuyo recuerdo y devoción a su figura está en la memoria espiritual de la Iglesia Cristiana.
Hijo insigne de Galicia y honra de España, monje por vocación y obispo por obediencia, admirado por su saber y amado por su bondad, con una actividad incansable y con un incuestionable prestigio, trabajó por la paz, fomentó las obras de misericordia, reavivando la vida cristiana.
Rosendo tuvo la virtud de levantar su patria del abismo de postración y miseria en la que se hallaba sumida, reconstruyendo monasterios e iglesia y fomentado obras de caridad, así como instruyendo a un pueblo carente de formación y con una vida cristiana mortecina. Buscó a los alejados, siempre dispuesto a ofrecer su vida
Hemos de mirar con agradecimiento el pasado para asumir gozosamente el presente que nos toca vivir. Es momento de asumir esta realidad concreta con gran esperanza y con un gran gozo porque sabemos que el Señor está con nosotros. No es momento de nostalgias, no es tiempo para el miedo; es momento para mirar confiadamente el futuro.
La Iglesia, siguiendo su ejemplo, ha de tener hoy muy presente a los pobres, a los niños, a los que han perdido el sentido de su vida, a los ancianos, para que la sociedad se comprometa en la ayuda y la solidaridad. En esta sociedad globalizada en la que reina el individualismo tenemos que levantar la bandera de la fraternidad y la solidaridad.
Necesitamos más testigos que maestros, afirmaba el Papa Santo, Pablo VI. Que el testimonio de su vida nos ayude a seguir el propio camino de la santidad, vocación personal universal a la que Dios llama a todos los católicos