Mons. Prieto: “El Buen y Bello Pastor es aquel que entrega lo que es, el alma”

  • El arzobispo de Santiago, mons. Francisco Prieto, presidió la ordenación sacerdotal de José Antonio Conde Silvoso

“Solo cuando el Señor está en el centro de nuestras vidas, como sacerdotes, como cristianos, como discípulos, entonces lo reconocemos como el Buen Bello Pastor, lo reconocemos como el único maestro”, indicó el arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Francisco Prieto Fernández, a José Antonio Conde Silvoso que hoy domingo, coincidiendo con la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y Jornada de Vocaciones Nativas, recibió las órdenes sagradas en la Catedral.

Monseñor Prieto presidió esta ceremonia, en la que también estuvo presente el arzobispo emérito de Santiago, monseñor Julián Barrio, así como los rectores y formadores de los Seminarios Mayor y Menor, Vicarios, miembros del Cabildo catedralicio, sacerdotes, miembros de Vida Consagrada y laicos.

Mons. Prieto destacó dos aspectos importantes del texto del Evangelio referidos al “Buen Pastor que da la vida por las ovejas”, evocando las palabras griegas “kalós” (belleza) y “psyjé” (alma): “Es la belleza que al mismo tiempo es bondad y verdad. Es la belleza del rostro de Dios que se muestra en este pastor misericordioso. Es la belleza desconcertante de que este Cristo es el Crucificado y también el Resucitado. Es la belleza de aquel que es el Hijo de Dios eterno nacido hombre entre nosotros. Es la belleza de aquel que, despojándose, ha dado todo para mostrar que la belleza del amor es siempre aquel que da la vida por sus amigos”.  Y esta belleza es la que el arzobispo pidió para José Antonio en este día en el que va a recibir de manos de la Iglesia por la imposición de manos el don del Ministerio.

Mons. Prieto también le dijo al nuevo sacerdote que confíe en su vida esta bondad, verdad y belleza, y que en la mesa de su vida se sienten los pobres, sin excluir a nadie, siendo Cristo siempre el convidado: “Vive así la riqueza de ser parte de este presbiterio, descubra así la riqueza de ser parte de esta Iglesia diocesana, que has ido conociendo durante este tiempo, extensa, diversa, hermosa grande y es ahí donde estás llamado”

En este sentido, el prelado Compostela indicó que los sacerdotes son sembradores, no recolectores: “porque la fecundidad es obra del Espíritu, no es nuestra”. Exhortó a Conde Silvoso con estas palabras: “Nunca dejes el talento escondido, nunca te guardes nada para ti, nunca pienses que el fracaso es obra tuya, es la fragilidad de nuestras vidas. La fecundidad en tu ministerio asomará de la manera más inesperada y más insospechada”.

Mons. Prieto dio las gracias a todos los que han ayudado a José Antonio en su camino al sacerdocio, invitando a los diocesanos a sentir y descubrir que forman parte de una gran familia: “en esta diversidad de dones de carismas, qué hermoso es descubrir que todos somos como las teselas de un mosaico, que cuando estamos todos en todos, el mosaico toma sentido, pero cuando una falta, una se ha caído, no está completa la familia”.

Terminó su homilía pidiendo a los diocesanos por los sacerdotes: “orad por vuestros-nuestros sacerdotes, acompañadlos, sed con ellos también como pastores que acompañáis al pastor”. Y añadió el arzobispo: “hoy esta Iglesia de Santiago se alegra enormemente contigo, José Antonio, porque cada sacerdote es un regalo que Dios nos hace. Cada vocación, mis queridos seminaristas es un hermoso tesoro que tendremos que entre todos cuidar y ayudaros a cuidarlo”.

Una vez acabada la homilía tuvo lugar la promesa del elegido. El candidato al presbiterado, delante del arzobispo, expresó su voluntad de recibir el ministerio sacerdotal, desempeñándolo a través de la predicación del Evangelio y la celebración de los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación.  A continuación, y tras permanecer postrado en el suelo para el canto de las Letanías de los Santos, al candidato, por la imposición de las manos del arzobispo y la plegaria de ordenación, se le confirió el don del Espíritu Santo para su función presbiteral.

Finalmente, se le ungieron las manos con el sagrado crisma, concluyendo el rito de ordenación con la entrega del cáliz y la patena.