Monseñor Barrio, 25 años en Compostela

BIEN que a su pesar, monseñor Julián Barrio es noticia por la conmemoración, el miércoles, de los 25 años de su consagración episcopal y otros tantos de permanencia en la diócesis. Una efeméride que el bueno de monseñor Julián hubiera deseado celebrar en la intimidad de su iglesia y con sus fieles, pero que inevitablemente trasciende de ese ámbito en la medida en que el cargo que representa tiene proyección, influencia y reconocimiento más allá del estricto marco eclesial.

Porque todas esas condiciones están presentes en la peripecia vital del prelado a lo largo de este cuarto de siglo y se exteriorizan meridianamente en este Santiago cuyos destinos religiosos rige. Europeísta convencido, monseñor Barrio abunda en sus homilías en ese humanismo cristiano reverdecido a la luz de las peregrinaciones y cuyas expresiones artísticas y culturales, muchas de ellas a iniciativa de la fe, son testimonio de cómo el hombre ha ido encontrando su razón de ser y de vivir en colectividad. Lo que no excluye a esa parte agnóstica respecto de las virtudes espirituales, cuando no religiosas, de un Camino en el que, como recordaba hace poco, tienen también cabida y protagonismo los gentiles.

Con buscada distancia de la política, a la que respeta, reivindica idéntica autonomía de parte de la política hacia las creencias de los ciudadanos, con pleno derecho a hacer expresión de sus convicciones. Por eso se equivocan quienes quieren ver en su probado carácter conciliador una dejación en la reivindicación de sus principios. Ignoran que parte de su reciedumbre castellana se forjó en el dolor familiar y que no hace dejación ni de su responsabilidad ni de sus convicciones. Así, la vindicación permanente de la necesaria presencia de la conciencia personal en la política y la administración y otras que por hacerse en el terreno corto de los afectos no es del caso recordar.

Hay una Iglesia de las cruzadas y hay una Iglesia de la perdonanza; hay una Iglesia de la reconquista y hay una Iglesia del diálogo y el amor fraterno. Todas ellas válidas y con aportaciones decisivas en cada caso, pero a juicio de este juntaletras monseñor Barrio se muestra más cercano de la perdonanza y de la reflexión, del diálogo y el tantas veces por él invocado bien común. Por eso es denominador común en su vida la preocupación por los demás, por el carácter de una iglesia solidaria, más cómodo en la labor de Cáritas que en el reintegracionismo militante; más, en un encuentro con peregrinos -él que conoce como nadie y muy por encima de sus próximos la verdadera significación del hecho de peregrinar- o con necesitados.

Sería, además, una injusticia no reconocer la decidida participación que monseñor Julián y la archidiócesis han tenido en todos los eventos y necesidades de Santiago y Galicia cada vez que se ha requerido su presencia. Por cierto, más productiva desde el silencio de los despachos y en el trabajo en la sombra que no en la superficialidad del escaparate a que el poder terrenal la ha conducido en estos últimos tiempos.

Monseñor Domato decía días atrás respecto del prelado que no se le puede no querer. El cronista quiere añadir al afecto la admiración y el respeto para completar el perfil de este hombre esencialmente bueno.

Fuente: El Correo Gallego | Juan Salgado