Las fotos corresponden a la parroquia de San Simón de Rodieiros (Boimorto). Fueron tomadas 09 de Julio de 2023, después de la Eucaristía de 10 de la mañana.
A las 9’30 h., el sacristán ya tenía abierta la puerta y todo preparado. El templo impecable. Los feligreses van llegando, la mayoría mayores, y se saludan unos a otros con cariño. Vienen todos vestidos de domingo. ¡Qué bonito! Siempre bien vestidos para el Señor.
Una oración en el camposanto. ¡Qué importante! Mientras los cristianos “de hoy”, los modernos de las ciudades, hemos escondido y echado a los muertos de nuestras casas, de nuestros templos y de nuestras calles, en el mundo rural, aunque algunas prácticas van desapareciendo por la deshumanización que estamos viviendo, aún se muere colectivamente al igual que se vive colectivamente. La parroquia de los vivos y la parroquia de los muertos es una sola parroquia. ¡Cuánta salud genera esto y cuánto ayuda a la hora de elaborar el duelo!
Algunos, con dificultades para caminar, vienen acompañados de un familiar. “Hai festa hoxe aquí?”, preguntamos. “Non”, responden. E se a facemos nós?… Al ver una guitarra sonríen desde el alma. Recibimos una acogida fraternal fuera de lo que estamos acostumbrados. ¡Con qué poco se alegra la vida de nuestros mayores! Esto es también pastoral de la salud, ¿no?
Solo 13 del lugar. Creo recordar que en la Última Cena había algo menos. Pero todo se explica: a 1 de Enero de 2022 en esta parroquia había 62 personas (32 hombres y 30 mujeres), según el INE. Nos podemos preguntar si el 21% de la población de nuestras comunidades asiste al culto. Solo señalar esto por curiosidad y para la reflexión. No creo que vivir de números sea lo que nos toca a los cristianos.
Traigo esto a cuento porque, en conversaciones en diferentes ambientes eclesiales, se habla permanentemente de la necesidad de cerrar parroquias (a no ser para entierros, fiestas patronales…), sobre todo rurales. Faltan sacerdotes y la media de edad es muy alta. Es verdad, pero ¿es toda la verdad? “Llegará un momento en que sea imposible, humana y materialmente, el sostenimiento”, dicen unos, pero ¿y si no? ¿Y si lo que hay que hacer son otras transformaciones y conversiones? Cerrar una casa es abocarla a la muerte, lo sabemos bien. ¡Cuántas propiedades eclesiales arruinadas! Me duele tanto pensar que nuestros antepasados han dado lo mejor de su vida y sus bienes a la Iglesia y no hemos sabido conservar ni agradecer… Hemos mirado para lo más rentable, aparentemente, y hemos dejado arruinar todo lo que ellos, con tanto esfuerzo, han levantado y sostenido. Seguir cerrando templos sólo nos llevará a más desastre. Pero, lo más importante, cuando a nuestros mayores los quitamos de sus casas… ¡Cuánto sufrimiento les generamos! ¿Serán ellos los que han de adaptarse a las nuevas situaciones o seremos nosotros? ¿Seremos capaces de esforzarnos de igual manera que lo hicieron ellos para que nosotros seamos quienes somos?
Uno piensa: si tenemos 1070 parroquias en la Diócesis Compostelana y, en la actualidad, unos 326 párrocos en activo… echen cuentas y pensemos dónde está, en verdad, la dificultad. Hay mucha esperanza, siempre que, todos, nos remanguemos y nos pongamos manos a la obra.
Pasados los días en que celebramos la III Jornada Mundial de los Abuelos y Mayores y la festividad de San Joaquín y Santa Ana, me siguen rondando algunas palabras del Papa:
“(…) el Señor desea que no dejemos solos a los ancianos, que no los releguemos a los márgenes de la vida, como por desgracia sucede frecuentemente (…) Y los invito además a pasar de la imaginación a la realización de un gesto concreto para abrazar a los abuelos y a los ancianos. No los dejemos solos, su presencia en las familias y en las comunidades es valiosa, nos da la conciencia de compartir la misma herencia y de formar parte de un pueblo en el que se conservan las raíces. Sí, son los ancianos quienes nos transmiten la pertenencia al Pueblo santo de Dios”.
Mi humilde petición: abracemos a nuestros mayores, de las parroquias rurales sobre todo, no cerrándoles sus templos y compartiendo con ellos la fe que nos han legado. Lo merecen y mucho.
Susana Doval