«Nunca pensamos en tener que pedir ayuda para comer a los veintipico años»

  • La Cocina Económica de Santiago reparte 200 menús al día, 60 más que antes

Luis, Miguel, Suso, Adriana, Christian… Son solo algunas de las 202 personas que ayer se llevaron para comer y cenar de los fogones de la Cocina Económica de Santiago un guiso de patatas con pollo, arroz tres delicias, dos cartones de leche de 250 mililitros, una lata de sardinas, una manzana, dos bollos de pan y una botella de agua. Son una media de sesenta usuarios más en cada jornada que antes de que se declarase el estado de alarma por la crisis sanitaria del coronavirus. Ahora habitualmente se mueve en cifras entre los 200-210, cuando antes recurrían a este comedor social situado en pleno casco histórico compostelano unos 140-150. «Está viniendo gente que antes no tenía esta necesidad debido a la falta de trabajo. El coronavirus crea gente empobrecida. Hay quien recoge menús para cinco personas que antes nunca había venido», explica sor Alicia Lourido, directora de la Cocina.

Entre los nuevos usuarios que ayer entre las 12.30 y las 13.30 horas pasaron a retirar su bolsa de víveres del comedor social están Rebeca e Iván, dos jóvenes veinteañeros que llegaron desde Santander a Santiago a principios de marzo en busca de un futuro laboral mejor ya que ella, a punto de terminar Turismo, tenía esperanzas de lograr un puesto en algún hotel después de años en la hostelería -«trabajé en un buen restaurante de Cantabria», además de experiencias en el extranjero-. Sin embargo, el coronavirus truncó por completo sus planes. «En la vida nos imaginábamos esto. Parece una película de terror. Nunca me había faltado caldo y ahora he visto la penuria en la cara», relata la joven, que añade que «nunca nos imaginamos tener que pedir ayuda para comer y menos a los veintipico años. Que te pase esto con esta edad es bastante difícil». A ella, a sus 25 años, le faltan las prácticas y el trabajo de fin de carrera para terminar Turismo, y él, de 22 años, es peluquero y cocinero, aunque trabajó en fábricas. La situación no solo les obligó a recurrir a la Cocina Económica después de terminar los ahorros con los que llegaron, sino que tuvieron que vivir durante unas dos semanas en una tienda de campaña: «Teníamos una habitación, pero como nos quedamos sin dinero, acabamos en la calle y acampamos en el monte». Ahora, con la ayuda de su familia, lograron alquilar otra habitación. ¿Cómo acabaron recurriendo a la Cocina? «Fue gente de la calle la que nos la recomendó», explican. Una vez pase esta situación, intentarán retomar sus planes, ya que quieren permanecer en Santiago.

Xoán A. Soler

Regreso al no poder trabajar

Samuel M. P. también ha tenido que recurrir al comedor social. Ya lo había hecho alguna vez con anterioridad, pero debido al estado de alarma su visita se ha convertido en diaria. Es granadino y desde hace tres años está asentado en Santiago donde se le puede ver haciendo malabares con bolas en sus calles. «Me suelo sacar 8-10 euros por día y con ello puedo apañarme para cocinar yo algo. Pero ahora no te dejan hacer nada en la calle, entonces vengo aquí», relata, apuntando que la Cocina Económica hay que verla «como un recurso para ayudar a las personas, pero hay gente de Santiago a la que le da palo por la familia y no quiere que lo vean aquí». Entre los nuevos usuarios del comedor social, también se encuentran familias que fueron remitidas desde el departamento de Servizos Sociais del Concello de Santiago, algunas de ellas con varios niños, después de que su situación empeorara al quedar sin ingresos. En este caso, explica la directora, suele acudir uno de los progenitores a buscar la comida.

Si usuarios habituales acostumbran a estar ya antes de la apertura a las 12.30 horas para llevarse la comida generándose colas en la plaza, los nuevos aguardan hasta el tramo final del servicio. «La primera vez que acuden, vienen retraídos y les da como un poco de apuro, por eso vienen al final», explica sor Alicia Lourido. Los más de 200 menús preparados no solo se reparten en la puerta de las instalaciones sino también una parte a través de Cruz Roja. Y en algunas de esas cajas entregadas a domicilio llegan notas de agradecimiento al equipo de la Cocina, formado por seis hermanas de la congregación de las Hijas de la Caridad y otras diez personas.

«Las muestras de gratitud animan», dice la directora, que destaca el respaldo de los compostelanos. «Nos ayudan mucho y nos lo dan para los pobres, así que nuestro objetivo es que ellos lo reciban de la mejor forma posible. Para nosotros los pobres son lo primero».

Los que pasan por el comedor social, no solo obtienen comida -ahora tras el covid-19 de manera gratuita-. El personal se sabe sus nombres y reparten sonrisas y palabras de ánimo, incluso en alemán, como ayer con Christian. Por las mañanas, entre los 60-70 usuarios que van a desayunar, también se saben sus gustos para el café.

Xoán A. Soler

Adriana: «Se non fora polo que fan desde a Cociña, non sei o que sería de nós»

«Vin por necesidade, basicamente, ademais de que nos tratan moi ben», asegura Adriana, una coruñesa que lleva un año siendo habitual en la Cocina Económica de Santiago y ya antes lo había acudido a la de A Coruña. Hace años que trabajaba en firmas de embutidos, «pero empecei con depresións, toquei un pouco o tema das drogas, quedeime sen pais e foi o que me levou a esta situación». Ahora reside en una casa okupada, e indica que «se non fora polo que fan desde a Cociña, non sei o que sería de nós». Explica que la situación del coronavirus ha complicado para ella todavía más las cosas, puesto que no pueden abrir las duchas vinculadas al comedor social ni las de Vieiro, así que acaban bañándose en el río que pasa junto a la casa.

Xoán A. Soler

William: «Fue duro al principio tener que venir al comedor social y sigue siéndolo»

El colombiano William recurre a la Cocina Económica compostelana desde hace años. «Fue muy duro al principio tener que venir al comedor y continúa siéndolo», asegura, mientras hacía cola ayer poco después del mediodía a las puertas junto a más de una veintena de usuarios. Precisamente, uno de los días que acudía a la Cocina Económica al inicio del estado de alarma, los agentes lo pararon: «Venía muy despacito y me pidieron la documentación. Hace dos o tres días me llegó una multa de 300 euros». Ahora, es su gran preocupación por cómo poder afrontar su pago. «No veo solución ninguna», afirma, apuntando que tratará de ver si es posible fraccionar el pago a través de Servizos Sociais.

fuente: La Voz de Galicia