Os faltó el miedo. El hombre que no tiene miedo es muy peligroso.
(Günter Grass)
En el mismo año, era el 1999, recibió el Nobel de Literatura y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Günter Grass, escritor alemán, hijo de padre protestante y madre católica, católico de formación, expresó siempre una dinámica participación en la vida política de su país.
Yo empecé a leer sus obras con avidez por su confesión chocante, antes de morir: “No quiero que nadie me excuse: fui de las S.S. nazi. Ir a las SS no me causó ningún susto o desconcierto. No tengo disculpa y ese es mi oprobio: creí en el Führer, creí en la Victoria Final de Alemania. Desde los 12 años viví el nazismo con fascinación y deslumbramiento: los jóvenes nos dejamos seducir. De los crímenes de las SS sólo tuve conocimiento después de la guerra, fue algo muy penoso. Pero que nadie se esfuerce: no existe ningún atenuante, no se puede empequeñecer lo que hice diciendo que fue una tontería juvenil “.
Aprender de su propia voz que había apoyado a Hitler y participar en su remordimiento me provocó simpatía y ternura. No soy de aquellos que piensan que uno así ha perdido todo derecho a enseñar. Cualquiera es grande cuando percibe su pecado y sublime si lo confiesa sin atenuantes.
Anoté hace años en mi diario la frase que he elegido para el día de hoy.
Sobre el miedo. Esa angustia que se siente ante un peligro, cuando algo amenaza nuestra vida y brota espontáneo el instinto de supervivencia.
El miedo tiene sus grados: empieza como temor y crece como ansiedad, luego fobia, pánico, terror, horror. En su primer nivel, el temor, es casi un sistema básico de seguridad personal que nos permite rehusar aquello que consideramos dañino y peligroso. De hecho la Biblia alaba el temor como preludio de sabiduría: “principium sapientiae timor Dei”. Y el catecismo pone el temor entre los dones del Espíritu Santo.
Habitualmente el miedo es considerado un defecto, una limitación, señal de cobardía y pequeñez. Y en las relaciones humanas el miedo es la primera causa de la ira y de la violencia, como para los perros, que casi siempre atacan y muerden por miedo.
Me intriga leer que Jesús, antes de la hora fatal, “comenzó a atemorizarse y angustiarse”, sin que esto le llevara a la violencia, más bien como principio de una mansedumbre desconocida e incomparable.
Hoy en día se presentan atrayentes y ganadores los que no le tienen miedo a nada y a nadie: personalidades descaradas e impávidas, a menudo incluso insolentes, capaces de desafiar al mundo.
El nazismo había exaltado ese modelo del superhombre que ignora el temor, sin embargo, en su vejez, Grass vislumbra una positividad en el miedo: la conciencia de un límite, antídoto providencial contra la arrogancia y la soberbia. El gallito presuntuoso no es sólo antipático.
Al fin y al cabo es también estúpido, pues el miedo es una forma elemental de astucia.
¿Por ejemplo? El miedo a ese virus. Y la inteligencia de no salir.
a cargo del padre Fabio, párroco de Arca y Arzúa