1) La formación constituye una base imprescindible para dotar a la sociedad de personas preparadas y capaces de afrontar los futuros retos económicos y empresariales. ¿Cómo la plantean desde sus centros educativos?
Teniendo en cuenta las bases antropológicas del ser humano. Solamente quien obra con coherencia alcanza esa grandeza de ánimo que se alza por encima de cualquier género de claudicación, esa cualidad que Aristóteles denominó en su Ética la megalopsychia, es decir, la magnanimidad. Aquello que nosotros calificamos como moralmente bueno, los griegos lo entendían como la belleza del actuar recto, del actuar con grandeza de ánimo, de hacer las cosas por los demás y no tan solo en beneficio propio, sin dejarse chantajear ni por el dinero, ni por el poder, ni por la vanagloria. En el mundo clásico de los griegos, «la belleza era algo anhelado, que no nace del azar, sino como consecuencia de una disciplina consciente». Y solamente de los kaloikagathoi (bellos y buenos) surgen los aristoi (los mejores), los líderes. La legislación como tal no sirve para nada si el espíritu, el ethos del empresario o del político, no es bueno de por sí, pues es el ethos individual el que verdaderamente forja el carácter de un ciudadano.
2) ¿Qué papel juega la Doctrina Social de la Iglesia en el diálogo con los agentes del mundo empresarial y económico? ¿Qué puede aportar?
La Doctrina Social de la Iglesia nos ayuda a no quedar absorbidos por lo meramente temporal y lo meramente empírico. Nos anima a alzar la vista, a considerar la persona en su totalidad, no solamente en sentido parcial. Sus juicios no se refieren a cuestiones técnicas, económicas o políticas, sino a la dimensión ética de la realidad. Nos ayuda a actuar bien. No olvidemos que la Doctrina Social de la Iglesia pertenece al ámbito de la Teología Moral y tiene una Fundamentación antropológica por su origen y por su finalidad. Parte de una concepción del ser humano y se desarrolla con vistas al ser humano.
3) Un empleo digno constituye un don para una vida plena. Pero cada vez resulta más difícil. Quedan posibilidades de promover más y mejores puestos de trabajo para construir la sociedad.
Por supuesto que sí. ¿Qué significa un empleo digno? ¿Qué significa una vida plena? Obviamente la contestación de estas dos preguntas tiene mucho que ver con un buen trabajo. Para ello hay que asumir la actitud de estar dispuesto a salir de la zona de confort que equivale a no instalarse en el piloto automático y que nos impediría aprender cosas nuevas.
En el libro VI de su Ética a Nicómaco, Aristóteles expone dos dimensiones muy sugerentes del actuar humano: la poiêsis y la praxis. La primera es sinónimo de producción y por ello de dependencia material; es, por tanto, un acto imperfecto que solo se interesa por el resultado exterior. Aquí el error humano consiste, como diría Aristóteles, en actuar sin sabiduría por no tener en cuenta al hombre en su totalidad, no considerar la vida humana en su conjunto. La praxis, por el contrario, se caracteriza por la acción que busca la vida lograda. Considera los actos humanos en cuanto enriquecen a la persona que actúa, que está efectuando el trabajo.
Estamos llamados a realizar un buen trabajo, pero no a fabricar o producir algo. Cualquier persona que trabaje en una empresa, independientemente del cargo que ocupe, no es un instrumento de producción, sino que está en ella para realizar bien su tarea y, de este modo, hacer un buen servicio. Lo suyo no es hacer una obra material, sino servir. Por supuesto, el resultado de ese trabajo bien realizado será, por lo general, un producto excelente. Pero es importante captar, sobre todo, el sentido profundo del actuar humano, e insistir en que la ilusión o entusiasmo de los trabajadores son fundamentales para realizar un buen trabajo.
La vida lograda no es resultado de una poiêsis, de una producción, sino de una totalidad de praxis, de un camino certero para llegar a lo auténticamente humano. Dicho de otro modo, para que el hombre llegue a lograr su vida y no malograrla conviene recordar que no existimos tan solo por el mero hecho de existir o de sobrevivir, sino que nos realizamos a través de nuestro existir, como ser para el que la existencia no es un mero hecho, un puro darse sin resonancia alguna para él mismo en cuanto sujeto, sino un proceso a través del cual él, en cuanto sujeto, se realiza o desarrolla. Pero a través de la poiêsis el hombre se hace esclavo de su trabajo, pues considera que “no es el trabajo para el hombre, sino el hombre para el trabajo”, pero Juan Pablo II dice en su encíclica Laborem excercens: “el trabajo está «en función del hombre» y no el hombre «en función del trabajo”.
Cuando desaparece el plano antropológico se piensa solo en la producción, en el hombre como homo oeconomicus, tan solo dotado de la capacidad de poner cosas fuera de sí mismo, ignorando o dejando de lado su dimensión interior y profunda, su condición de persona. Como consecuencia, el proceso de producción, al haber sido situado en primer plano como si fuera el objetivo de la sociedad y de la misma vida humana, ha dejado de ser manifestación de la persona. Al final, ese productivismo sin término acaba desatándose contra el hombre mismo, haciéndole experimentar no solo la amarga experiencia de la alienación ―de su vaciamiento interior―, sino la creciente amenaza de su insostenibilidad o descontrol. Se ha acabado por no entender el sentido del trabajo, que, en lugar de ser la forma por excelencia que el hombre tiene de entregarse, de dar y recibir amor, se ha transformado en una maldición, que genera soledad, envidia y amargura.
La solución del problema del comportamiento ético del agente económico no está en ponerle restricciones para que actúe en contra de su propio interés, sino en ayudarle a comprender, con sentido más pleno, el porqué del actuar ético. Tampoco se trata de dejarse conducir por sentimientos de indignación ante tantos fraudes y tanta corrupción. Es obvio que cualquiera que haya cometido fraudes ha de pagar por ello, pero como afirma el premio Nobel de Economía, Robert Schiller, «sería una visión reducida de las cosas atribuir las diferentes crisis tan solo a un estallido repentino de maldad».
El buen empresario cuida ante todo de los trabajadores de su empresa. Cualquier buen directivo sabe que es muy difícil hacer negocios con trabajadores insatisfechos y egoístas, que no asumen serenamente el sentido de responsabilidad en la gestión de los asuntos de la empresa. Por otro lado, cualquier líder estará satisfecho de poder trabajar con personas altamente comprometidas y dispuestas a hacer lo que haga falta para alcanzar los objetivos que se hayan propuesto en equipo. Pero para esto no basta considerar la empresa tan solo como un conjunto de personas que se esfuerzan en conseguir algún fin con valor económico.
Las empresas necesitan apoyarse en personas cuya actuación brote de una motivación interna, y no como resultado del mero cumplimiento de unas normas extrínsecas. Actuar por motivos trascendentes es todo un reto y corresponde al campo específico de la ética.
4) ¿Hasta dónde le es lícito a una empresa lucrarse en su beneficio económico?
La palabra lucrarse proviene de la palabra latina lucrari y significa sacar provecho de un negocio o encargo. Y esto es totalmente legítimo. Por lo tanto, tal como ha dicho un político español, “Las empresas han de moderar sus beneficios”, es decir las empresas han de ganar menos dinero; esta afirmación solo puede ser calificada de frívola e irresponsable y de no darse cuenta de las cosas normales de la vida.
No olvidemos que la ley humana es ley moral salvo cuando es injusta. Sería falso pensar que el Tratado de Moral sería tan solo vigente por un lado y las leyes del Gobierno por otro. Esto sería un disparate. Otra cosa sería que por razones de necesidad o legítima defensa estuviese justificado por ley moral en cumplir la ley humana. En caso de necesidad como por ejemplo actualmente en Ucrania sería posible, estando el país en ruinas coger ciruelas de cualquier lugar, aunque no fuesen del propio jardín.
La ley humana vincula en conciencia al cristiano porque es la forma legítima de organizarnos. Son las reglas del juego democrático y un cristiano ¿Cómo va a estar exento de esto?
Cuando desaparece el plano antropológico se piensa solo en la producción, en el hombre como homo faber tan sólo como dotado de la capacidad de poner cosas fuera de sí mismo, ignorando o dejando de lado su dimensión interior y profunda, su condición de persona.
Como consecuencia, el proceso de producción, al haber sido situado en primer plano, como si fuera el objetivo de la sociedad y de la misma vida humana, ha dejado de ser manifestación de la persona. Al final, ese productivismo sin término ha acabado desatándose contra el hombre mismo, haciéndole experimentar no solo la amarga experiencia de la alienación –de su vaciamiento interior-, sino la creciente amenaza de su insostenibilidad o descontrol.
Si la producción se entiende al modo crematístico, se ve todo como un problema técnico porque todo se mide sólo en términos monetarios que conduce a un agobiante positivismo que viene determinado por la eficiencia productiva.
Con tal motivo he de insistir una vez más en la importancia de la responsabilidad de cada ciudadano orientada al bien común y que se ha de aprender de pequeño. Para llegar a la felicidad a través de un trabajo logrado, es necesario no solamente apelar a la responsabilidad de los ejecutivos de sistemas económicos y financieros, de los que hacen y mueven la economía sino también a la responsabilidad de los mismos trabajadores. Adquirir la responsabilidad de realizar un trabajo bien hecho comienza a fraguarse en la edad escolar. Es allí donde han de solidificarse las bases para lograr un buen arraigo en las tareas escolares, donde han de experimentar los niños el gusto por las cosas bien hechas. La realización de tareas bien hechas ha de salir de dentro del niño. Es importante que los padres, los profesores y otros responsables cuiden, además, que los adolescentes no se desvíen por las posibles influencias del desarraigo mediático, por la demencia digital o por otros estímulos que fácilmente los podrían apartar de su responsabilidad frente a sus tareas no solamente escolares sino también familiares y sociales. De su capacidad de responsabilizarse ante trabajos escolares y de su capacidad de relacionarse empáticamente no solo con los alumnos de su misma clase o del mismo colegio sino también con personas de otras generaciones, dependerá en gran medida su éxito o fracaso en la vida laboral.
5) ¿Qué parte de sus esfuerzos ha de destinar la empresa a su responsabilidad social?
¿Qué opina de la labor social que la Iglesia lleva a cabo?
Las empresas dedican una parte importante de su presupuesto contable en mejorar o desarrollar acciones relacionadas con preocupaciones sociales y medioambientales, pero decir con exactitud qué tanto por ciento deberían destinar a su responsabilidad social no es posible. Hay una gran diferencia entre Zara y una empresa pequeña de juguetes. La contestación está en gran parte, en función de los beneficios obtenidos.
Pero también hemos de tener en cuenta que los problemas y los retos cambian mucho y por eso conviene recordar lo que decía Albert Einstein. “No podemos resolver los problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando se crearon”.
Quien iba a pensar que la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, del partido de los Verdes muy conocido de años anteriores por ser pacifistas y, que ayer (16.3.2022) daría una contestación muy válida en el parlamento alemán a la pregunta: ¿Podemos justificar como responsabilidad social mandar armamentos por parte de todos los Estados de Europa Occidental a Ucrania?
Respecto a la labor social que la Iglesia lleva a cabo, eso depende en gran medida de las personas involucradas en esos temas, de su rectitud de intención y de sus competencias.
6) Enumere algunas características del liderazgo ético que la empresa está llamada a ejercer.
El buen líder sabe: ¡invitar, animar, inspirar y entusiasmar!
Aprender a respetar a los clientes, a los empleados, etc. es todo un reto porque exige no engañarles pudiendo hacerlo, y no hay peor engaño que darles aquello que piden, aun sabiendo que no les conviene, porque al dárselo se obtiene un beneficio y, además, quedan contentos.
El respeto cabal hacia su persona en su totalidad es condición necesaria para poder darles un auténtico servicio. Las empresas modernas son organizaciones tan delicadas que no pueden permitirse el lujo de no considerar al sujeto que actúa en primera persona; es decir, no pueden actuar sobre supuestos no realistas, tan solo como resultado de cálculos de utilidad en «tercera persona».
No hay duda de que ganar dinero es condición imprescindible para el buen funcionamiento de una empresa de negocios, pero no es suficiente. Todos sabemos que en un mundo en el que predomine la gente sin escrúpulos, en el que no se respeten los contratos, en el que no haya honradez, ni confianza, ni justicia, no habría forma posible de hacer negocios. Pero el problema no reside tan sólo en la aceptación de ciertos comportamientos como requisitos necesarios para la buena realización de los fines empresariales. El problema de fondo radica más bien en la suposición, tan ingenua como fatídica, de pensar que el logro de comportamientos éticos necesarios para el buen funcionamiento de una empresa sería viable sin el aprendizaje y enraizamiento ético de las personas, es decir, sin la interiorización de las virtudes morales de los sujetos que actúan.
Una cosa es el aprendizaje operativo, el desarrollo de habilidades técnicas de los empresarios o de los directivos, y otra es el aprendizaje moral, es decir, que esas personas vivan efectivamente esas virtudes morales. No basta con considerar esas virtudes como loables y dignas de vivir. Además, hay que interiorizarlas y vivir de acuerdo con ellas. Solo de este modo podrán transmitir a otras personas esas virtudes. Los auténticos directivos, es decir, aquellos que realmente viven las virtudes, y no solo procuran el cumplimiento externo de los mandatos, sino que actúan por amor a la justicia, a la fortaleza, a la templanza, etc., gozarán de una autoridad fácilmente reconocida por sus subalternos. Ese reconocimiento de la autoridad descansa en darse cuenta de la benevolencia de aquella persona cuya autoridad se reconoce. Será una autoridad que nunca suprima la libertad por coacción. La amistad, la afabilidad y el amor son precisamente las únicas formas de relación que pueden hacer que la autoridad se concilie con la libertad
7) ¿Se puede compaginar una producción económicamente rentable con unos empleos de calidad, una labor social estimable y un respeto por el medio ambiente?
¿Cuál es la “fórmula” para un equilibrio tan difícil?
Claro que sí. Eso depende de la honradez del empresario y de su competencia empresarial. No existe una fórmula siempre válida para un equilibrio tan difícil.