David quería edificarle casa a Dios; pero en sus combates había derramado demasiada sangre: por eso Dios no quiere que sea él, sino un rey pacífico, quien le construya el templo para morar en él. Sin embargo Dios, satisfecho por la sensibilidad de aquel rey, que de ordinario había sido fiel, le promete construirle a él una familia, de modo que no se aparte el reinado de ella, hasta que llegue el Mesías esperado, Cristo.
Por ello José, de la estirpe de David, sin ser padre natural de Jesús, lo es para efectos legales. Aquel hombre justo se quedó sorprendido al percibir que María, su novia, estaba embarazada. Pensó en abandonarla, pero el ángel del Señor le pidió que no lo hiciera, pues ese niño procedía del Espíritu Santo. Entonces José la acogió.
También nosotros, en tiempos de dudas y de sospechas, hemos de intentar ver más allá y dejarnos iluminar por Dios, que no abandona nunca al hombre.
José Fernández Lago
Canónigo Lectoral