En la Ascensión del Señor, celebramos que Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero, está junto a su Padre en lo más alto del cielo, en gloria y majestad, una vez resucitado de entre los muertos y habiendo confirmado la fe de sus apóstoles con distintas apariciones.
En la iconografía de influencia oriental, suele mostrase el triunfo de Cristo en los ábsides de las iglesias o como cierre de las cúpulas, introducida su imagen dentro de un círculo, o en un espacio ovalado, llamado almendra mística, que representa la gloria.
Quizá estamos acostumbrados a contemplar la representación del Pantocrátor, a Cristo dentro del espacio de gloria. Pero si observamos las distintas imágenes, veremos que muestran los pies del Señor fuera del círculo, queriendo decir con ello que aunque está entronizado, no por eso se desentiende de sus hermanos los hombres.
He tenido el privilegio de escuchar al P. Marko Rupnik en la presentación de su última obra, que ha realizado en la iglesia del Salvador de Guadalajara. Y nos explicaba que los primeros cristianos tomaron como referencia a Apolo para plasmar el rostro de Cristo, por su belleza y verdad. Pero de manera muy diferente. Mientras que la divinidad pagana se mostraba con una cabellera muy cuidada, el cabello de Jesucristo, Buen Pastor, era como lana, semejante al de la oveja.
En el mosaico de Guadalajara, se ve a Cristo, Pastor bueno, sentado en gloria sobre la sede del Cordero, y se percibe que lleva sobre los hombros una oveja, pegada su cabeza a la del Señor para representar lo que dice Jesús en el Evangelio, “quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. A través de la mirada del Pastor, la oveja penetra en la vida divina, porque ahora ya participa también de la gloria, al saberse rescatada, y heredera del triunfo de su Pastor.
Creer en la Ascensión de Cristo es creer en que nuestra humanidad está en Dios, y que nosotros participaremos de la misma gloria que ya goza nuestra cabeza. Porque Él ha bajado a lo más hondo del seol para que nadie se pierda, y ha tomado la condición humana para que el hombre herede la dignidad divina y el destino glorioso.
Hoy es un día en el que por la fe podemos felicitarnos, porque al contemplar a Jesús elevado al cielo, podemos anticipar la alegría de nuestro destino. Con la Ascensión culmina la vida de Cristo, y quienes estamos ungidos con la gracia de la fe en Él, podemos vivir como ciudadanos del cielo, y gozar ya en este mundo la profecía de la vida en Dios, unidos a su Hijo en gloria.
Ángel Moreno Buenafuente