Tu palabra me da vida

A la vuelta del exilio babilónico, el escriba Esdras proclama la palabra de Dios en la plaza, desde el amanecer hasta el mediodía. El pueblo estaba atento al libro de la Ley de Dios, en aquella situación de gozo, al encontrarse en su propia tierra, como hombres libres. El mensaje era bien comprendido, pues los levitas explicaban el sentido del texto. Esdras aconsejó a todo el pueblo que lo festejaran comiendo y bebiendo, pues aquel día estaba consagrado al Señor. El gozo en el Señor sería su fortaleza.

San Pablo, escribiendo a los Corintios, presenta a Cristo como un cuerpo formado de muchos miembros. Judíos y griegos, esclavos y libres, son parte de ese cuerpo, pues “en Cristo” todos somos hermanos, pues hemos sido bautizados en el mismo Espíritu. El propio Espíritu distribuye los diversos carismas, de modo que todos estén al servicio del Cuerpo de Cristo: sean apóstoles o profetas, obradores de milagros, intérpretes de las diversas lenguas, o personas con poder de curación: todo en ese Cuerpo está al servicio de todos.

Jesús va a Nazaret, y le entregan el libro de la Ley del Señor, para que proclame el pasaje que corresponda. Le tocó leer un texto de Isaías, referente al Siervo de Yahvé. Se anunciaba que sobre ese personaje residiría el Espíritu. Se le enviaba para transmitir la Buena Noticia a los pobres, para proclamar la libertad de los cautivos y la vista a favor de los ciegos, para liberar a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor. Todos tenían sus ojos fijos en él. Apenas proclamó el texto, añadió por su cuenta: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.

José Fernández Lago