Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor

  • Homilía de mons. Julián Barrio el Viernes Santo en la Iglesia de San Francisco

La liturgia del Viernes Santo nos invita a contemplar a Cristo crucificado, contrastando los planes de Dios con los nuestros. Tal vez la cruz hiera nuestra sensibilidad acomodaticia pero no podemos sentirnos ajenos a esta realidad. Sólo podemos entender la historia de nuestra redención si miramos al Crucificado. El estandarte de Dios es la cruz, símbolo de entrega y misterio de la aniquilación de Dios por amor. San Pablo dice que para los judíos es un escándalo y para los griegos una necedad, es decir un insulto al buen sentido, pero para los llamados en Cristo es fuerza y sabiduría que nos lleva a elegir la intemperie del amor. El evangelio de la gracia sólo se entiende en la clave de la cruz. Donde parece haber sólo fracaso, derrota y dolor, está todo el poder del amor de Dios.

La Cruz de Cristo se presenta “como la  única verdadera glorificación de Dios, en la que Dios se glorifica a si mismo mediante Aquel en el que nos entrega su amor, y así nos eleva hacia Él”. Ha sido acreditado ante Dios por ser su Hijo y se compadece de nuestras debilidades porque en su realidad humana ha sido probado en todo, excepto en el pecado.

En Jesús crucificado sigue presente el Dios oculto. Con su imagen desfigurada fundamenta nuestra esperanza: Dios está al lado de los que padecen la injusticia, la exclusión o la tortura. También el hombre maltratado y humillado continúa siendo imagen de Dios. “El centurión conmovido por todo lo que ve, reconoce a Jesús como Hijo de Dios: Realmente éste era el Hijo de Dios. Bajo la cruz el Señor reúne a los hombres para la nueva comunidad de la Iglesia universal. Mediante el Hijo que sufre reconocen al Dios verdadero”.

Son posibles el amor, la fraternidad, la sinceridad, las relaciones humanas lejos de la prepotencia, del engaño y del odio en la convivencia familiar, social y laboral. Cristo nos salva con su amor y su obediencia. Mirando a Cristo en la cruz nada falta: Lo dio todo. Mirando a través de los ojos mismos de Jesús a la humanidad vemos que aún falta mucho: nosotros, miembros del cuerpo de Cristo, envueltos en nuestros egoísmos, no estamos dando todo por Él y por los hermanos. El hombre sigue siendo un ser doliente que debe seguir con su cruz a Cristo, y ayudar a llevar la cruces de los demás: las de los migrantes, de los refugiados, de las maltratadas, de los enfermos, de los niños a los que se les roba la inocencia, de los ancianos que viven la soledad de la vejez y de la indiferencia, de los cristianos perseguidos y de los desesperanzados.

En la pasión Jesús experimentó toda la tribulación del ser hombre. En ella el abismo del pecado y del mal ha llegado hasta el fondo de su alma. Todos hemos pecado, todos necesitamos la misericordia del Señor, el amor del Crucificado. La tentación constante de los cristianos es llegar al éxito sin la cruz.

Hoy es el día en que hacen fiesta todos los que han lavado sus vestidos en la sangre del cordero y viven ya para siempre allí donde no caben las cruces de la injusticia, del engaño y la opresión, porque hay un mundo nuevo en el que no hay llanto, ni luto ni dolor. Esta es la cruz que consuela y anima, la que se levanta en la historia para que, mirando al que atravesaron, todos podamos tener la experiencia de que sus cicatrices nos han curado.

El símbolo de este día santo es la Cruz: la victoria del amor, la Glorificación de Jesús, el triunfo del hombre por la entrega de Dios. Aquí encuentran explicación las palabras de Jesús: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda  por mí, la encontrará”. En el “Ecce Homo” está presente Dios mismo glorificando, coronando, dignificando y salvando al hombre. No demos la espalda a los “Ecce homo” de nuestros días. ¡Envolvamos a Cristo muerto en la sábana blanca del afecto. “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo”. Amén