XV Domingo del Tiempo Ordinario, “B”: Enviados a la misión

Tanto la lectura del profeta Amós como el Evangelio que hoy se proclaman en la liturgia dominical, tienen la resonancia del envío misionero, en condiciones nada cómodas,  o incluso adversas, como les sucede a los discípulos y al profeta.

El contexto religioso de los tiempos del profeta era hostil: Israel estaba regido por un rey idólatra.  Jesús envía a los suyos en condiciones precarias, para que aprendieran a subsistir en la mayor intemperie.

Es fácil encontrar en esta situación una correspondencia con los tiempos actuales, en los que se percibe un alejamiento de la práctica religiosa y una cultura neopagana, más acentuado todo ello en verano y en vacaciones si cabe.

Pero ¿cómo ir en circunstancias adversas a anunciar el Evangelio? Sin duda que a la manera de los primeros cristianos. Cada creyente puede convertirse en misionero con el testimonio de un modo de vida coherente con el Evangelio, y sin juzgar a nadie, ser un signo de esperanza, de alegría y de generosidad.

Cuando en muchos casos dominan el escepticismo, la tristeza y el egoísmo, un modo de vida diferente, aunque se deba hacer con discreción y humildad, seguro que produce una pregunta en los más cercanos. Mas,  ¿de dónde sacar y mantener estas actitudes tan contraculturales? San Pablo nos ofrece el motivo por el que podemos mantenernos en actitud de esperanza, alegre y generosa, al invitarnos a bendecir a Dios por los beneficios que recibimos de Él: “Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo”.

Solo desde la certeza creyente de estar siendo amados desde antes de la creación del mundo es posible arriesgarse confiados, e ir a la misión desprovistos de toda seguridad humana porque nos acompaña la confianza en Aquel que nos envía.

No es sadismo el envío que hace Jesús a los suyos cuando “les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto” (Mc 6, 8). Sobre todo si traemos a la memoria la parábola de Lucas en la que el padre del hijo pródigo le entrega un vestido nuevo, un anillo, le da un banquete y lo sostiene con su abrazo.

El riesgo es ir por nuestra cuenta, de manera voluntarista, un tanto combativa. En este caso nos asaltará el cansancio, y hasta el juicio violento, caminos que no son del Evangelio.

Ángel Moreno Buenafuente