Miradas 43

Cuadragésimo tercer día de confinamiento. Esta noche tuvimos sesión de cine. Un motivo para estrechar lazos y “hacer familia”. Me gusta vernos sentados todos juntos, en el sofá y en el suelo, tapados con las mantas que hizo la madre de la casa, respirando el mismo aire entrañable, con los ojos puestos en la pantalla de la televisión, compartiendo comentarios, risas, chistes cómplices. Comiendo chocolate con almendras a pesar de que nos estamos expandiendo como el cosmos con tanta falta de ejercicio. Bromeando sobre el nuevo pliegue de grasa que ha surgido en el abdomen de un modo misterioso.

Me encanta el cine. Crecí con su magia. Me gusta tanto que nunca he dejado de ver una película hasta el final. Incluso las peores. Creo que la primera vez que fui tenía cuatro años. Me llevó mi abuela materna, a quien tanto quise. Íbamos todos los domingos. Cuando se apagaban las luces y comenzaba la imagen me transportaba a otro mundo. Sólo existía la historia que se estaba desarrollando en la pantalla. No hablaba, no pestañeaba. Casi no respiraba. Me sigue sucediendo lo mismo. Detesto a los que van al cine a hablar. No soporto a los rumiantes que necesitan comer palomitas y beber refrescos de cola como si estuviesen cruzando un desierto y no hubiesen probado nada en días. Me deprimo cuando al terminar la función se encienden las luces y la sala parece un campo de batalla en el que no hay un metro cuadrado libre de desperdicios.

En casa no es lo mismo. La pantalla y la calidad del sonido no son equiparables. Pero lo compensa la calidez humana y el ambiente cómplice que sólo da la cercanía de las personas a las que amas. Esta noche visionamos Un mundo a su medida (el título original es The Mighty). Es la historia de dos chicos vecinos, uno fuerte como un búfalo, pero no muy inteligente. El otro muy listo, pero con graves problemas de salud que le limitan la movilidad. Son dos inadaptados que acaban uniendo sus destinos. Dos extraños que se hacen amigos. En realidad, la película es un canto a la amistad y a la capacidad que todos tenemos para superar las limitaciones; las objetivas y las que nos quieren imponer los demás.

En estos tiempos de crisis me parece importante fomentar en nuestros niños la capacidad de resiliencia, la auto estima, la reivindicación de los propios sueños, el valor para defender a los más débiles del abuso de los fuertes, la osadía para ir contra corriente en unos momentos en los que, no hay más que repasar las redes sociales para verlo, la libertad de opinión es fustigada sistemáticamente si no coincide con la que tiene la mayoría. La película es de 1998 pero su mensaje es plenamente actual. Es lo que tiene el buen cine. Su mensaje siempre será eterno. El problema es que, como con cualquier manifestación artística, se necesita educación para apreciarlo. El mal gusto y la ruindad se aprenden. Por fortuna, el buen gusto y la bondad también. Es nuestra obligación capacitar a nuestros niños para que construyan un mundo más humano, más tolerante, más comprometido con los demás.

Antonio Gutiérrez