Miradas 45

Quincuagésimo primer día de confinamiento. Tras leer los despiadados ataques diarios contra la Iglesia que rezuman las redes sociales, me pregunto qué podemos hacer los laicos para transmitir su imagen real, que, con todas las deficiencias propias de las obras humanas, es mucho más luminosa que la de ninguna otra realidad con la que queramos compararla. Me preocupa mucho esto porque creo que la transmisión del Evangelio depende de un modo directo de la credibilidad que tengamos los católicos. No hablo de la eficacia de la pastoral, que también, sino de la misma transmisión de la Palabra. Porque no sirve de nada ofrecer diamantes a quien cree que eres un falsificador. El Evangelio no depende de la virtud de quien lo proclama, pero su transmisión sí. Nadie acoge con benevolencia un veneno, porque, ¿quién de nosotros si un hijo le pide un huevo, le daría un escorpión?

Los laicos católicos vivimos en un mundo difícil en el que prima la indiferencia absoluta hacia el hecho religioso. Me admira la capacidad que tienen muchos de mis amigos para vivir completamente al margen de la idea de Dios. No pierden un segundo de su tiempo en reflexionar sobre la posibilidad de que exista un Ser que dé sentido a todo. Al menos mientras no sufren un revés serio. Pero en no pocas ocasiones hemos de vérnoslas con un ambiente directamente hostil, en el que la descalificación y el insulto son la moneda corriente. En las redes sociales es muy habitual encontrar comentarios en los que se nos identifica a toda la Iglesia como pederastas, ladrones, acaparadores de tesoros incalculables, apáticos ante la pobreza… La pregunta recurrente en los últimos tiempos es ¿dónde está la Iglesia que no se la ve? ¡Que no se nos ve!

Me martillea el cerebro esa cantinela, propagada con la fe del sectario por personas que lo ignoran todo de la Iglesia. Me pregunto cómo es posible que esa sea una creencia generalizada después del ingente trabajo que han desarrollado Cáritas y las congregaciones religiosas para mitigar de un modo decisivo las dramáticas consecuencias de la crisis que explotó en 2008. ¿Qué estamos haciendo mal para que toda esa gigantesca labor pase ninguneada?

Insisto en que no es una pregunta baladí. No podemos responderla insistiendo en el simplista argumento de que los católicos no queremos que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha. Porque si ese sigilo hubiese sido un mandato absoluto no habríamos salido de Jerusalén. No tendría sentido el envío claro de ir por todo el mundo predicando el Evangelio. Y el Evangelio es liberación de toda pobreza. Es imposible abrir los evangelios por cualquier pasaje y no encontrarnos a Jesús liberando de la esclavitud del pecado, de las consecuencias de la enfermedad, de la necesidad económica. A Jesús lo seguían por las obras que hacía. Porque era creíble.

Por eso sólo podremos presentar a Jesús si somos creíbles, si vivimos la pobreza evangélica. Si somos testimonio gozoso de Cristo. Si vivimos como Él lo hizo. Compartiendo la suerte del pobre.

Antonio Gutiérrez