Un retiro puede desarrollarse en cualquier lugar. Un poco de silencio y desconexión, en principio, son suficientes. Si se busca mejorar las condiciones para un mayor aprovechamiento, amplíese la idea a un entorno en plena naturaleza, apartado de los ruidos “civilizados”, una Biblia cerca, un sagrario habitado y una comunidad acogedora. A veces hay predicador invitado y a veces no. Pensemos, por ejemplo, en el Monasterio de Oseira.
Los días de Carnaval y los primeros de la Cuaresma son apropiados para profundizar en el encuentro con Dios. La capilla de diario es pequeña. En ella, los monjes cantan los salmos, sentados en dos filas enfrentadas sobre las que se ciernen los artísticos nervios de la bóveda y la atenta mirada de un Cristo. Al toque de la campana, los religiosos encienden sus luces con magistral coordinación, como balizas para guiar a un avión en el despegue.
El vuelo del Espíritu es placentero, puro. Surca los bellos paisajes del alma y también los más oscuros. Escucha cómo se siente Jesucristo, que reza por la humanidad y muere de amor por ella. Cuando la oración termina y cesan los salmos, el Espíritu aterriza, se apagan las luces y los monjes salen, como bajan de un Hércules los soldados de la “Fuerza Delta”, dispuestos a desplegarse en cualquier rincón del planeta para defender la verdadera paz.
Manuel Á. Blanco