Celebramos la Resurrección de Jesucristo durante la Pascua, el pilar básico de la fe cristiana. En la “otra orilla”, observamos la falta de ganas de vivir de un montón de gente; algunos psicólogos advierten del aumento de casos de suicidio. El Señor dirá: “la paz sea con vosotros”, como un signo seguro y un fruto de su presencia resucitada. Pero la sociedad siembra vientos de conflictos y cosecha tempestades de agresividad en varios frentes.
Se abre la tumba donde ha estado el Cuerpo del Señor y, en paralelo, se quitan de los rostros las mascarillas. Pero eso no garantiza la restauración de la sociedad ni volver a respirar aires de sinceridad. Piqué y Rubiales son dos nombres propios de lo que podríamos denominar la “anterior normalidad”. Pero ahora que celebramos la Pascua, habría que preguntarse si no es mejor crear un nuevo futuro, dejar atrás lo de antes. No regresar allá.
Echamos combustible y el coche avanzará un poco más: unos días, una semana… pero eso tampoco es resucitar. Ni dividir a la gente en comunistas y ultraderechistas; “Le Penes” y “Macrones”; rusos y ucranianos; Marruecos y Algeciras. Tal vez, cuanto más gallega es una persona, más riqueza de matices puede detectar y asumir. Y eso constituye una rica amplitud de miras. Una cosa es “hacer la pascua” y otra celebrar alegre la Resurrección.
“Rosa, por favor, este no es un buen momento para pensar en separarnos”, suplicaba un señor por teléfono a su esposa cuyo nombre le tatuaba a la espalda un profesional. Las llagas del Señor son cicatrices de Amor por sus hermanos que Él exhibe con orgullo. La Pascua está tras ellas.
Manuel Á. Blanco