Acompañados: afabilidad

Para cultivar esta virtud, tan “disfrutable”, al habernos quedado en casa, se empieza casi desde la nada: con el respeto hacia el que vive a tu lado, la cordialidad, la escucha.  La dinámica de reflexión que va despertando cada día, ayuda a mirar a los otros de un modo nuevo, sin temerlos, sin hostilidad… y a generalizar esta actitud hacia amigos y “enemigos”, con parecida pasión a la que Dios siente hacia su pueblo.

Francisco de Asís decía a un superior: “que nadie, por mucho que hubiere pecado, se aparte de tu lado sin haber encontrado en tus ojos misericordia…. y si no te pide misericordia pregúntale tú si al quiere”. Dice san Pablo que “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, mansedumbre, dominio de sí…”.  En nuestro mundo es más fácil decir lo mal que todos hacen las cosas, los jóvenes, nuestros jefes, los políticos, la Iglesia… que discernir cómo vivimos la relación con los demás, indicador y criterio de la propia estabilidad, equilibrio emocional y quietud.  No se trata de una falsa humildad, sino del dominio de uno mismo para saber afrontar las posibilidades que tienen las relaciones humanas, también las negativas, para crecer, para caminar hacia la plenitud de la dignidad humana; para ofrecer a los otros una palabra humilde, sincera, llena de carisma.

Roberto Feire