Bautismo del Siervo y Señor

HOY no se puede hablar de un siervo que sea señor, ni se imagina uno que haya un señor que se haga siervo. Sin embargo, los criterios terrenos no se parecen en nada a los criterios de Dios: cuando Dios suscita profetas que hablen de su Hijo, lo hacen en términos de una Sabiduría al servicio del hombre, o de un Siervo suyo, que planta su tienda entre los seres humanos, compartiendo todo lo que es común entre los hombres, excepto el pecado.

La 1ª lectura de esta tarde y del día de mañana, tomada del libro de Isaías, muestra a un ser desconocido, que se presenta como el Siervo sostenido por Dios, en quien reside el Espíritu del Señor, para proclamar la justicia a los pueblos paganos. No será como el típico paisano que va dando gritos por las calles, sino más bien el que actúa de acuerdo con el derecho, pero que a su vez mantiene la esperanza de los que podrían sentirse sin esperanza. A este Siervo lo tiene de la mano el Padre, para que ofrezca luz a los que estaban inmersos en tinieblas y en sombras de muerte.

El Evangelio proclama el anuncio de Juan el Bautista según el cual viene detrás de él uno que es más fuerte que él, y a quien él no merece desatarle las sandalias para llevárselas como hacían los discípulos con sus maestros. Habla del bautismo que realizará este que viene detrás de él: será un bautismo distinto, pues transmite el Espíritu. En aquella ocasión, llegó Jesús de Nazaret hasta donde Juan, y fue bautizado por este en el río Jordán. Apenas salió Jesús del agua, se posó el Espíritu sobre él, y una voz de lo alto le proclamaba como su Hijo amado, en quien Dios encontraba sus complacencias.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice que Jesucristo anunció la Buena Noticia de la paz, procedente del Padre, que no hace acepción de personas, sino que valora a quien cuenta con Dios y practica la justicia. Añade que Jesús fue por la Tierra Santa adelante, con la fuerza del Espíritu del Padre, haciendo el bien a todos y curando de sus males a los que se encontraban oprimidos por el diablo, pues Dios Padre estaba con él.

José Fernández Lago

Artículo publicado en “El Correo Gallego”