Cruz y su marido adoptan al cura de su pueblo

  • Una familia de Ribadumia, en la diócesis de Santiago de Compostela, vive con don Dositeo, su párroco, de 101 años, en la casa rectoral

«A mí don Dositeo me bautizó, me dio la Primera Comunión y me casó, y ha bautizado a mis hijos también», afirma Cruz Moraña, una madre de familia de 53 años que con apenas 16 entró a trabajar como empleada del hogar en casa del párroco de Ribadumia, en la diócesis de Santiago de Compostela. Desde hace 13 años, con su marido y su hija vive junto al cura en la casa rectoral, «y estamos felices».

Cruz siempre ha vivido a 30 pasos de la casa de don Dositeo Valiñas, y ha estado vinculada a la parroquia como catequista, labor que sigue haciendo a día de hoy. «Siempre hemos tenido una relación muy estrecha, tanto en la parroquia como en su casa, como cuando nos invitaba a tomar café los domingos. Son ya muchos años con él», dice Cruz.

Esta cercanía se acentuó aún más cuando el cura empezó a padecer una úlcera en una pierna y necesitaba más cuidados. Eso fue ya después de que Cruz se casara con Moncho y tras tener a dos hijos, uno de los cuales falleció hace años.

Fue una época en la que don Dositeo y esta familia se acercaron todavía más. «No queríamos dejarle solo y él nos necesitaba, y nosotros a él también. Fue todo muy natural. Empezamos viniendo a comer y luego tomamos la decisión juntos de venirnos a vivir. Nosotros siempre pensamos que cuando se pusiera enfermo nos lo traeríamos a nuestra casa, pero ha sido al revés», dice ella.

Cruz afirma que, en general, la gente del pueblo y los parroquianos están contentos con este acuerdo, «porque él está muy cuidado, y don Dositeo dice siempre que se encuentra muy acompañado».

A pesar de sus 101 años, don Dositeo sigue celebrando la Misa, y aunque a veces «está pachucho y se enfada», Cruz afirma que «es bueno y cariñoso, y siempre pide perdón y da gracias por todo». Al final, para ella, esta convivencia tan particular «es una forma de acompañarnos todos a todos».

«Yo estoy divinamente», afirma al otro lado del teléfono don Dositeo. «Estamos en familia, totalmente –añade–. Ellos me ayudan en todo, me conducen la silla de ruedas, me hacen la comida… Y, sobre todo, me hacen compañía. ¡Mejor imposible!».

El sacerdote –que todos los jueves lee de principio a fin la edición en papel de Alfa y Omega– es consciente de la soledad por la que pasan muchos de sus compañeros durante su vida pastoral, por lo que al ser preguntado si recomendaría esta opción de convivencia, responde: «¡Ya lo creo!», porque «yo tenía una preocupación por mi futuro y entonces ellos se ofrecieron para servirme y ayudarme. Estoy muy feliz».

 

Fuente: alfayomega.es