- Todo empezó con un encuentro inopinado con la Cruz
Así relata un Santo la conversión del corazón y el encuentro que Simón de Cirene tuvo con Jesucristo, en Su subida al Calvario, y, salvando las distancias, es como el Señor me ha ido conduciendo hacia Él.
Nací en el seno de una familia numerosa y de profundos valores cristianos. A través de mis padres, de mi familia, recibí la fe y fue donde, por primera vez, escuché hablar de Jesús.
Aunque, debido al entorno en el que me crie, todo hacía pensar que tenía una profunda fe cristiana la realidad era que, lamentablemente, era todo apariencia. Se podría decir, claramente, que vivía de cara a la galería.
Es verdad que, ya desde pequeña, había un gran deseo en mi corazón de amar profundamente a Dios y que, ese amor, me llevase a estar con Él en todo momento, a hacer todo por Amor. Sin embargo todo en mi vida era fácil, cómodo, y eso supuso que dejase de lado ese deseo y, por tanto, a Dios. Nunca me había pasado nada que me hiciese tambalear de tal manera que me llevase a buscarle de verdad, con sincero corazón.
Todo esto empieza a cambiar en el año 2015. A principios de ese año se terminó la relación con un chico con el que llevaba ya un par de años. Este, aunque pequeño, fue mi primer contacto con la Cruz.
En ese mismo año, más adelante, ingresaron a mi padre y, tras mes y medio de sufrimientos, dolores, idas y venidas, subidas y bajadas, falleció. Al mismo tiempo, a mi madre, le diagnosticaron cáncer de pulmón. Y, ahí si, me encontré, sin yo buscarlo, de frente con la Cruz. Una Cruz dura, dolorosa y difícil, muy difícil, de llevar.
La muerte de mi padre y la enfermedad de mi madre hicieron, verdaderamente, que todo a mi alrededor se derrumbase y me encontré, de repente, con que esa fe que se suponía que tenía, no existía. Y, por tanto, me alejé completamente de Dios.
Sin embargo el Señor, en su infinita bondad, puso en mi camino a personas que, muy poco a poco, hicieron que volviese a Él. Me animaron a presentarme ante Él tal cual era, con mi gran mochila de miserias, heridas y dolor que, sin yo saberlo, solo en Él hallarían consuelo.
Fue en agosto de 2016 cuando el Señor me hizo uno de los mayores regalos de mi vida. En Una Luz en la Noche, Él, por pura misericordia, se presentó ante mí, se me dio a conocer. Me hizo ver que, a pesar de todo lo que le había dicho y hecho en esos meses (lo desprecié, humillé y odié de tal manera que pensaba que nunca más volvería a tener fe) Él seguía siempre fiel, ahí esperándome, y vivo (en la Eucaristía), transformando corazones, como el mío, que, desde entonces, jamás volvió a ser el mismo.
Este encuentro con Jesús hizo que mi vida fuera cambiando poco a poco y nada volvió a ser igual pues todo había cobrado una nueva dimensión: la de buscar al Señor en todo, desde lo más cotidiano a lo más “extraordinario”, pensar en cómo actuaría Jesús en cada circunstancia, querer a los demás como Él lo haría, en definitiva, verlo todo con los ojos y el corazón de Dios.
Desde el punto de vista humano lo tenía todo: una vida, podríamos decir, perfecta pues tenía mi piso en el centro, un coche propio, trabajo en una de las mejores empresas del mundo, una familia que me quería, un montón de amigos de todo tipo y condición con los que hacer planes…pero nada, absolutamente nada, llenaba mi corazón.
El Señor, todo un caballero, fue poco a poco, siempre con delicadeza y sin imponer nada, ocupando mi corazón por entero. Me iba atrayendo cada vez más a hacia Él y, aunque al principio opuse resistencia (¡y tanto!), me hizo ver que quería un trato íntimo conmigo, que me quería para ser Suya.
Han sido años de gran lucha y resistencia pues una vida completamente entregada exige mucha renuncia, a todos los niveles, sin embargo, como dice San Agustín: “Mi corazón está inquieto hasta que descansa en Ti”. Mi corazón, sin yo ser consciente del todo, ya le pertenecía y no anhelaba otra cosa que entregarme por entero.
En todos estos años el Señor me ha regalado el don de ver la mayor Cruz de mi vida (la muerte de mi padre) como una de las mayores bendiciones y ha sido, a través de esa Cruz, la tan temida Cruz, donde me encontré con Él, le conocí y me enseñó cuánto me amaba. Donde encontré el sentido de mi existir y descubrí para qué me había pensado Dios desde la eternidad: llegar a ser Esposa Suya, como clarisa, en el Monasterio del Sagrado Corazón, en Cantalapiedra.
Puedo afirmar que, igual que Simón de Cirene, me encontré con la Cruz sin buscarla y allí es donde encontré el Amor, Quien hoy me ha traído hasta aquí, donde quiero entregar mi vida para acompañar, reparar y consolar el corazón herido de Jesús y rezar por la salvación y la redención de las almas.
No puedo terminar sin dar gracias a Dios por el grandísimo regalo de la vocación a la vida contemplativa y a vosotros, por todo lo que me habéis ayudado a descubrirla.
Me encomiendo a vuestras oraciones y contad, siempre, con las mías.
“El Señor ha estado grande con nosotros y ¡estamos alegres!”
María L.
Este testimonio, hermoso e impactante, que ahora reproducimos, fue publicado en la página de Pastoral da Infancia e Xuventude de nuestra diócesis: http://www.depasxuventude.com
tras la entrada de su protagonista como clarisa en el Monasterio del Sagrado Corazón, en Cantalapiedra. Un grupo de jóvenes, con el delegado diocesano de Infancia e Xuventude, Javier García, acompañaron a esta joven hace dos semanas en su ingreso en el convento.