Desde la Escritura: Pablo ante el sanedrín

Pablo se libró de ser azotado, por su condición de ciudadano romano. Sin embargo continuó en la prisión, hasta que, al día siguiente, el tribuno lo condujo ante el Sanedrín.

Pablo manifiesta que siempre ha actuado con buena conciencia. Entonces el Sumo Sacerdote Ananías manda a los que estaban a su lado que le hirieran en la boca. Inmediatamente replica Pablo, diciéndole a quien lo hirió que a él lo iba a herir Dios; y le dice al Sumo Sacerdote cómo, queriéndole juzgar según la Ley, lo manda herir, traspasando la Ley. Los allí presentes se quejan de que ultraje al Sumo Sacerdote. Pablo dice que no sabía que era el Sumo Sacerdote; de lo contrario, seguiría lo que dice la Escritura y no hablaría mal de él. Pablo quiere salir del impasse ganándose a los fariseos. Dice que es fariseo e hijo de fariseos, y que es perseguido por su fe en la resurrección de los muertos. Entonces dividió al sanedrín, de suerte que algunos del partido de los fariseos comenzaron a decir que no encontraban en él ningún mal. Al armarse un gran alboroto, el tribuno mandó que bajase la tropa y que devolvieran a Pablo al cuartel.

El Señor se le aparece a Pablo de noche y le anima a dar testimonio de Él en Roma, como lo había dado en Jerusalén.

Los judíos, intentando matar a Pablo, piden al Sanedrín que sugieran al tribuno que le haga bajar de nuevo para examinarle mejor, y que cuarenta de ellos, antes de acceder de nuevo al Sanedrín, lo harían desaparecer. Pero el hijo de la hermana de Pablo se enteró de la emboscada, y se presentó ante el tribuno, hasta convencerle de que no lo bajara.

José Fernández Lago