Estando Pedro en Jope, a orillas del Mar Mediterráneo, en la casa de Simón el Curtidor, tuvo una visión en la terraza y contempló reptiles, anfibios y otros animales que Israel consideraba impuros. Oyó entonces una voz que le invitaba a matarlos y a alimentarse de ellos. Pedro replicó que él no había comido nunca nada impuro; pero la voz le indicó que nada de lo que Dios había hecho era impuro. Entonces Pedro reflexionó y se convenció de que todo lo que existía era creación divina, y por lo tanto, puro.
Apenas despertó, vio Pedro que llegaban allí unos vecinos de Lida, enviados a su casa por el centurión romano Cornelio. El Espíritu del Señor le mandó acompañar a aquellos tres hombres; pero Pedro, antes de nada, los recibió en su casa. La actitud de Pedro, después de la visión, era totalmente distinta a la de los judíos que, en el proceso de Jesús, no entraron en el Pretorio, para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Pedro, en cambio, llegó a aprender que no es profano ningún hombre, pues ha sido creado por Dios.
Cuando llegó Pedro a Lida, con aquellos tres hombres, comenzó a hablar de Jesús de Nazaret, ungido por el Espíritu Santo y con poder, que liberó a muchos tiranizados por el diablo, porque Dios estaba con él. A pesar de ello, los hombres lo colgaron de un madero; pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y él y otros son testigos de ello. Él les mandó predicar al pueblo que ha sido constituido por Dios juez de vivos y muertos; y en él, como decían los profetas, recibimos la remisión de los pecados.
Mientras Pedro estaba hablando, descendió el Espíritu Santo sobre todos. Consiguientemente, Pedro vio que no había razón para negar las aguas del Bautismo a quienes habían recibido el Espíritu Santo, por lo que los bautizó en el nombre del Señor Jesús.
José Fernández Lago